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Carlos y los CGTnautas


Carlos, el baño y Marta


La luz de la ventana se filtró los segundos necesarios como para despertarlo. Tardó uno diez minutos en decidir levantarse. Despertarse es una cosa, levantarse… otra.

Alguna parte del cerebro que se perdió en la clase de biología le estaba pasando factura porque tenía una ojiva nuclear explotándole en la cabeza. Como si fuera poco la luz (a esta altura un demonio sicario venido desde Mordor o Bagdad), la alarma del celular empezó a sonar. Y no era cualquier alarma. Carlos la había seleccionado como si fuera un operario condecorado en la industria del despertar. De hecho pensaba que si le vendía la melodía al ejército alguna vez en la vida su cara ilustraría un billete. O una moneda… mejor una moneda.

Prendió la televisión y caminó hasta el baño para lavarse un poco la cara. Si ese espejo hablara… “perdón” era lo primero que le decía al espejo al enfrentarlo. Su rutina seguía con su amado café con leche: mitad y mitad, 1 de azúcar y el mantra matinal obligatorio “sos lo mas groso que conoció la materia orgánica”. La frase tenía tanto sentido como un programa alemán de fluidez vocal pero para él era un aliciente vital. Su autoestima peleaba el descenso todos los años… y generalmente descendía.


El problema de Carlos era que su vida era demasiado aburrida. O él al menos lo creía así. Económicamente no tenía ningún tipo de preocupación. Había heredado una considerable cantidad de plata de sus viejos y laburaba en un programa de radio como para hacer algo. “Matame” se llamaba el programa. No era malo; de hecho tenía una suerte de secta seguidora. El programa siempre giraba en torno a consignas relativas a problemas psicológicos graves… siempre de algún “conocido”, claro.


Pero Carlos sentía la necesidad de dejar algún tipo de legado, y escribir siempre le pareció algo sumamente útil. Así que decidió escribir algún tipo de ensayo, preferentemente alguno que no sea de aquellos que la gente dice “en esta época se hubiera llenado de guita…”. Él quería llenarse de guita ahora, no después.


Dos semanas después tenía 2 renglones, 4 correcciones hechas y una discusión cuasi terminal con un amigo por una crítica que Carlos no consideró constructiva. “Si quiero que el país se llame Velongia se llama Velongia y a la puta que los parió”…

Pero la iluminación un día llegó. El teléfono interrumpió ese pequeño y feliz arrebato literario.


— Hola….

— ¿Qué hacés infeliz…, estás libre hoy? — era Matías. El típico amigo que interrumpe.

-Mm… depende.

— ¿Depende de qué? ¿Sos exquisito ahora? No me vengas a boludear a mi que se que estás con esa remera de los Doors del año del pedo, rotosa y con olor a shopping del Once.

Carlos se rió por lo bajo. No le gustaba un carajo que lo conocieran tan bien… pero el talento de Matías para insultarlo era suficiente como para no dejar de quererlo.


— El tema es el siguiente. En veinte minutos empieza el capitulo de “Found” y me corto las bolas si me lo pierdo. Después juega River. ¿A qué hora es el tema?

El suspiro del otro lado del teléfono ya adelantó como venía la mano.

— Ay…. ¿Found? ¿Vos me estás jodiendo a mí? Esa serie del orto que llevas mirando hace cinco años va a durar otros seis y un día el pelotudo del guionista va a decir que es más grande que los Beatles, el productor se le va a cagar de risa en la cara y te terminan la serie con una negra hablando en sumerio y te vas a caer de culo y vas a putear en trece idiomas diferentes. ¿River? ¡¿River?! Juegan contra el ciclón que les viene metiendo de a 4. Tu arquero es pastor evangelista y se va a terminar divorciando porque labura los domingos. Dejame de joder.

En media hora te paso a buscar. José se recibió y le prometimos un asado de la hostia.

Digamos que tenía razón… Pasucci era un arquero decadente y la serie se la podía ver otro día.

— Bue… pero San Lorenzo no nos puede ganar y si yo me pierdo el único partido que ganamos en el campeonato te voy a mandar a la mierda.

— Ganarles… si, clah…


Veinticinco minutos después sonaba el portero eléctrico.


— ¡Bajá! Dijo Lucas

— Dijeron 30 minut… — contestó Carlos

— Baja pelotudo antes que nos vayamos sin vos. — agregó Matías


Era una relación virulenta, demasiado directa pero los divertía y les parecía honesta. En el auto estaban Matías, Jorge y Lucas que era el que manejaba. Era un Ford Fiesta usado, pero tiraba lindo y no los dejó a gamba nunca. Carlos bajó 10 minutos después con una remera verde que por lo menos había conocido la presidencia de Alfonsín y los únicos jeans que se le conocían.


— Nunca una camisa, un perfumito… ¿quién te viste a vos, un okupa? — dijo Matías

Los demás rieron, sabían que Matías con un comentario así había sido misericordioso.

—Ja... habla el tipo que para salir con una mina le pide número de carnet de socio de Racing o no le habla en absoluto. La remera cumple su función. Si quiero ser un slogan posmoderno me meto en un chat con el nick “Pedro24” y hablo de animé.

— ¡Chupala…! — gritó Jorge… el fanático del anime. — El manga y el animé japonés hablan de cosas re grosas, los ponjas tienen mística; si a vos no te da no te la agarrés con…

— ¿Mística? ¿Qué son Estudiantes de la Plata pelotudo? — retrucó Carlos. — Los ponjas son pigmeos que de pedo llegan al metro sesenta con complejo de lo que se te ocurra. Cada dibujo que hacen es un pendejo del secundario que termina siendo un genocida que tira rayos del culo. Y no me hagas hablar de la necesidad compulsiva de dibujar pendejas en bolas…


Lucas se cagaba de la risa. Como sabían que Carlos era un leche hervida con aires de filósofo ahistórico lo buscaban siempre…


— Bajá un cambio “Escuela de Frankfurt”. Sos un negro, no te podés vestir así y no me vengas con tu delirio metafísico que te hace más virgen de lo que debes ser.

Ese fue Matías.


El resto del camino fueron en silencio. Carlos por adentro tenía resentimiento, pero sabía que era algo del momento que satisfacía el ego de Matías. “Él y su capacidad de respuesta…”

Cuando llegaron, el primero en bajar y tocar el timbre fue Lucas. Es que Lucas no tenía hormigas en el culo. Tenía una colonia experimental de la NASA metida en el orto desde los cinco años.


— ¡¡Ay!! Chicos ¿cómo les va? — preguntó Marta, la madre de José.

— De diez Marta… ¿el baño? —preguntó Jorge… el necesitado del grupo.

— Je… libre Jorge. Pasa. ¿Cómo estás Matías? — preguntó Marta

— Muy bien, gracias. — contestó inocente Matías


Lucas y Carlos se miraron. Nunca les gustó como miraba Marta a Matías, y menos como Matías contestaba como si no supiera nada. Una vez adentro se acomodaron en el living. Marta les comentó que iba a buscar a José.


— ¿Qué estás haciendo, salame? — disparó Lucas

— ¿De qué hablás? — preguntó Matías

— No te hagas el pelotudo… es la vieja de José. — sentenció Lucas

— Codeless… — dijo Carlos. — No tenés códigos. Cómo no vas a ser abogado…

— Pero porque no me la…


Jorge volvió del baño con cara de haberse liberado de 500 años de esclavitud.

— ¿Ya están peleándose otra vez?

José entró en escena.

— Gracias por venir chicos… ¿vamos encarando la parrilla? — preguntó José


Enfilaron los 5 para el fondo. José era de familia numerosa y tenía una casa tamaño industrial por lo que llegar a la terraza era un tema. El asador esta vez era Jorge. Tenía menos experiencia en hacer asados que vedette de calle Corrientes pero era la apuesta que había perdido. Con un poco de asistencia de Lucas terminó el laburo y se pudieron sentar.


— ¿Cómo va el libro Charlie? — preguntó José, el cortés, el educado… el más garca de todos.

— Como el orto. Lo empecé en el menemato para que te des una idea y tengo menos páginas que un boletín de primaria. — contestó Carlos

— Pero empezaste. Yo siempre quise probar con algo y nunca me animo. Si mi trabajo seria ser asesino las guardias de hospitales putearían como locos. — se sinceró Lucas.

— Pero espera un cacho… ¿de qué va el libro? porque alguna vez me contaste que había un personaje que tenía que destruir el mundo y no se qué mierda mas… y como al mes me hablaste de una reina que no se qué carajo… — preguntó José.

— Si ya se… lo empiezo una vez, lo vuelvo a cambiar… pero es complicado porque es una idea que no está enteramente concebida, porque en realidad no tiene identidad lo que escribo...

— Larga el clorhidrato de plastilina que te está haciendo mierda el pito, Carlos. — dijo Matías.

— Si.. si. Ya sé. Es una mezcolanza de cosas gigante pero creeme que tiene sentido. De última digo que es un libro de autoayuda.


El comentario despertó la carcajada de todos. Marta iba y venía ofreciendo cosas. Típica madre desubicada que quiere hacerse la amiga del hijo. José no lo disimulaba mucho.

— Mamá cortala, poné canal 2 que están pasando “Hijas de la miseria” o alguna de esas telenovelas guatemaltecas chotas que mirás. De onda…

— Che, es tu vieja…. — interrumpió Matias.

— No te metas Matías. — dijo Lucas


Todos sabían de qué iba la cosa pero José no lo entendió. Finalmente pudieron terminar de comer. Jorge fue a visitar a su amigo íntimo el inodoro unas seis veces más y José y Carlos se enredaron hablando de política nacional como siempre.

A la vuelta en el Fiesta el clima no se había disipado.


— Vos sos un pelotudo. — sentenció Lucas mirando por el retrovisor.

— ¿De qué carajo hablás? — preguntó Matías.

— De Alf pelotudo, de qué carajo voy a estar hablando… de la vieja de José. De eso hablo.

— ¿Marta? ¿Le pasó algo? ¿Metí la gamba con algún comentario?

— Mira Matías, yo no se si vos sos o te hacés. Marta te mira como si fueras la última pija en el desierto y lo puede ver Stevie Wonder y el sindicato de no videntes de Gerli a esta altura. Y vos sos un tarado que le seguís el juego. ¿Qué estás haciendo? — preguntó Carlos.

— ¡¿Eh?! No, ni en pedo. Yo se que la vieja de José me trata “demasiado” bien pero no deliren. ¡Es un amigo!

— Exacto. Dejate de boludear y date cuenta que no da que sigas dándole leña a la situación. — dijo Lucas.


El viaje terminó con cada uno en su casa. Por cierto, River ganó, gustó y goleó.


Brote gnoseológico


La atmósfera, obscura y fría, ambientaba la habitación. De fondo sonaba una melodía copiosa. Era un vinilo setentoso. La aguja del reproductor emitía ese sonido de lluvia melancólica y Carlos se sentía en perfecto estado para escribir. Ahora o nunca, pensó. .

No se. ¿Cómo reflexionar sobre un comienzo si no hay evidencia de ello? ¿Existe un principio para algo que no necesita un fin? ¿No es acaso mucho más seductor romper las reglas de aquello que no está siquiera normado? Claro que lo es. Es absurdo. Pero es una droga fuera de discusión y todo aquello que trascienda lo que se nos brinda como dado es mucho mejor que lo que hay. Es así; un capricho pelotudo pero ¿es que acaso no somos unos pelotudos caprichosos que buscamos y queremos lo que no tenemos? Somos nenes saltando arriba de la cama soñando que somos una mezcla de superhéroe mutante a los que se nos ha concedido el poder de determinar justicia. Absurdo.

Si necesitan un comienzo entonces que sea uno que rueguen por un dealer serial que les provea evangelios


Carlos volvió a mojar su pluma en el tintero. Tenía una computadora suficientemente buena como para retar a un maestro de ajedrez ruso y avergonzarlo pero el procesador de texto no tiene el encanto del de puño y letra… miró el papel. Estaba enamorado del papel conseguido; esa tonalidad amarillenta que parece que es… no viejo: clásico. Exhaló aliviado como quien besa por primera vez y supera el cagazo de pensar que se viene la piña.

Perdida en una lámina de arena, la vida paseaba aburrida sobre la superficie. Su esencia eran cuerpos celestes ardientes que circulaban la tierra a velocidades cegantes, negando la noche, acelerando la vida.

El calor del Ecuador abrigaba los tiempos. Las mareas, sumisas, se arrodillaban. El camino de los cometas que apeaban la atmósfera se confundió y dio lugar al colapso. El accidente mas festejado de la historia. La luz vencedora se posó distante y su abrasador calor protegió la poca vida superviviente.

No hay umbral; no hay aurora ni suspiro primero. Hay una transversalidad cósmica que escribe la historia de los hombres. Allí donde la sapiencia se ríe de la verdad y confunde los aires, allí la historia muta. Empieza y termina sin parar. Es un chiste… que nos hacen.

SI Bucay me lo quiere afanar va a tener que hacer magia. Pensó Carlos.


Y muy equivocado no estaba. Tenía un estilo tan barroco que si se le ofrecían construir laberintos se llenaría de plata. Pero si bien Carlos se enamoró de esa introducción sabía que se venía el momento en que caía en un pozo de imaginación y podía venir la Liga de la Justicia y los Thundercats en su ayuda que no lo sacaba nadie. Prendió un pucho y miró por la ventana buscando una musa salvadora. A esta altura podía ser musa, muso o un aliciente trisexual… ¡pero algo! pensaba Carlos. La visión de su departamento no daba para mucho: una colección de edificios de todo tipo de épocas, una vieja plaza a la distancia, autos y la maraña de cables tan típica de Buenos Aires. El pucho se acababa y el vinilo ya aburría.

Más sí, me pongo un “manda TROSKO al 2020” y que se cansen de mandar mensajitos buscando una foto de Yuyito González. Pensaba resignado Carlos.


Teléfono. Matías. Obvio.


— Hola…

— ¡¿Qué aceituna Cervantes?! ¿Cómo va eso?

— Primero que nada: hijo de mil puta, ganó River 4 a 0 y se lesionó el muerto de Abelaides… y me va como Racing.

— Jajaj, uh… mal lo tuyo. ¿Peleas promoción?

— Descendí, la hinchada rompió todo y me quieren desafiliar.

— Jaja… ¿tan mal?

— No… digamos que empecé tirando un caño, dos sombreros seguidos y la clavé en un ángulo pero el botón del línea me cobró offside y no se cómo porque saqué del medio.

— ¿Traducción?

— Arranqué con todo, tirando magia blanca, negra, vudú, una cosa de locos; pero como al cuarto párrafo me quedé en blanco. Como si me hubieran desconectado… violento.

— Mirale el lado positivo, si esa fuera tu performance sexual firmarías convenio de trabajo con el gremio de Marley.

— Je… Tenés razón. ¿Llamabas por algo en especial?

— Si. Me mandó un mensaje Luquitas que hay una fiesta loca en Valentín Alsina. Una mina que conoció en la costa cumple años y tira la casa por la ventana así que….

— Pará, pará. ¡¿Valentín Alsina?! ¡¿Vos tenés visa en ese paraje?! Lo único bueno que conozco de ahí es la banda “2 minutos” y con esa definición de algo bueno no entro al CBC...

— Si ya se. Lo mismo le dije yo a Lucas. No es ideal pero no vamos a una fiesta desde que existía la Pronto Shake y por lo que me contó estas minas están tremendas.

— OK, todo muy lindo pero si vamos asegurémonos de volver sobrios y de día.

— Bue… ¿quién sos, Andino? Es Valentín Alsina no…. Qué se yo. Decime uno feo, feo.

— Valentín Alsina.

— Tarado… un Morón, un Merlo…

— Bueno, OK. Vamos pero prometeme que nos ponemos las pilas

— ¡Te prometo que te ponés las pilas!


Una de la mañana. Sonaba el timbre de Carlos y bajaba empilchado como nunca. Esa misma tarde decidió ser un ser humano medio y tratar de vestir como una persona con chances de entablar un dialogo con alguien del sexo opuesto y se gastó sus buenos $500 en pilcha.


— ¡Remera nueva, blanca y lisa pero es un progreso! — dijo Lucas

— ¡Pero mirame las zapatillas; son un golazo! — contestó Carlos

— Topper de lona. Decime que no te gastaste tus buenos… — preguntó Jorge

— 350 pesitos…

— -Sos un pelotudo. — Todos, al unísono.


El Ford Fiesta caminaba como nunca. Las ventanas bajas y el viento desfigurando las facciones de la cara. Un viejo cassette de hits noventosos amenazaba con terminar el trabajo de la naturaleza para algunos tímpanos que pasaban por las veredas próximas.

"Ritmooooo, riiitmoo de la nooocheeeee " cantaban José, Jorge y Matías.

Lucas andaba con la mirada perdida mirando el camino. Carlos trataba de ahorcarse con un cordón de sus nuevas y millonarias Topper.

— Carlos, estas pendejas son un avión. Te juro que me vas a agradecer que te haya traído. — dijo Lucas

— Cuando esté de vuelta en casa, con mi integridad física a salvo hablamos. — contestó Carlos

— Tranquilo Charlie, yo te hago el aguante hoy. No puedo hacerme el loco porque estoy con remedios así que te banco. — dijo José.


Carlos se contentó pero sabía que esa confesión muy inocente no era. José los únicos remedios que conocía eran las aspirinetas y no precisamente porque las necesitaba sino porque las consideraba una delicia. José tenía el sistema inmunológico de un X-men[1] así que era más que difícil creerle.


El Fiesta aceleraba como si fuera un 0km y los hits noventosos seguían amenazando la paz social. El paisaje sufría las modificaciones obvias: cemento, luces, “escena perdida”, baldío, 911.


— Je, este bar lo vi el otro día en “Policías en Acción”[2], tenían una planta de marihuana y una carcaza de Exocet[3]… re loco. —dijo Matías casi contento de recordarlo.

— ¿En el capítulo pasado no habían ido al supermercado que está pegado? — preguntó Jorge

— ¿El de la señora que tenía 26 hijos no reconocidos que todos se llaman Juan? — repreguntó Matías

— Si ese… — sostuvo Jorge

— ¿Qué lindo todo, no?… — bromeaba Carlos


Para qué mentir. Carlos hacia largos minutos ya que se preguntaba por qué Pampers no tenía sucursales cerca… Lucas sonreía pero el ceño fruncido (y otra cosa también) indicaba a todos que algo de miedo también tenía. Pero los minutos pasaron y llegaron.


— Bueno Carlos, llegamos a Mogadiscio, ¿te gusta? — preguntó Matías socarronamente.

— Morite…


Se bajaron del auto como pidiendo permiso. Con un respeto majestuoso por el lugar. Lo separaban 5 metros de la puerta pero Carlos miraba para todos lados como si fuera un padre y en la guía telefónica todos se llamaran Shocklender.

Jorge se adelantó (obvio) y estableció una relación casi morbosa con el timbre. Los gritos desesperados de una multitud exclamando BASTA le dio la idea a Jorge que quizás lo escucharon.


Cuando se abrió la puerta una luz celestial inundó las retinas de todos. Matías creyó escuchar hadas o sirenas o algo así. La anfitriona solo podía describirse como la unión más perfecta entre un esperma y un óvulo.


Este debe ser el lugar donde vienen los que se inmolan. Pensó en voz alta José con una sonrisa infinita. No se si era tan desacertada la expresión. La realidad era que adentro de esa casa había cuarenta y cinco mujeres entre 18 y 24 años que no conocían la existencia de la palabra celulitis. La temperatura era de 22 grados y olía a “Glade frutos de bosque” en cada rincón. Dios no sólo existía sino que era hincha de Racing para fortuna de Matías. Los bols de cada mesa rebozaban de galletitas pepitos y ellos eran los únicos hombres invitados.


— Y pensar que vos no quería venir… infiel…. — dijo Matías

— Mañana mismo vuelvo a misa Matute. — dijo Carlos

— Lo mejor de todo es que yo no uso Axe que te promete pero no te cumple. Yo uso Rexona y no me abandonó. — exclamaba Lucas con lágrimas en los ojos.


El Fiesta


La fiesta duró tres días. Al amanecer de ese tercer día salieron pesando dos kilos menos y con ganas de iniciar la visa para un futuro viaje a Arabia Saudita. El sol los recibió con 26 grados a las 6 AM. Era una clara señal que dejaban el cielo y entraban en el conurbano bonaerense otra vez. Jorge encaró el auto en busca del aire acondicionado como una bulímica cuando asalta un McDonald’s. Se sentaron, se persignaron (¿) y pusieron norte al Fiesta. El cuerpo les pasó factura rápidamente y a lo pocos kilómetros comenzaron a quedarse dormidos. Un ruido estruendoso los despertó.


— ¿Qué mierda pasa? — preguntó Matías


El resto no reaccionaba aun, salvo Lucas que estaba congelado aferrándose al volante como manager de fútbol frente a su primer contrato.


— ¡Bajen ahora carajo! — gritó un extraño

— ¡Ya va! ¡ya va! — reaccionó Lucas


El resto no comprendía que estaba pasando y miraba a sus interlocutores como Maradona saliendo de un departamento de caballito en 1991.


— ¿Qué pasa? — preguntaba Jorge

— ¡Bajá o te quemo! — gritaba el extraño

— ¡Pero pará que somos todos de Huracán, vieja! — gritaba José

— Pelotudo estamos en Avellaneda ahora, callate o nos van a matar a todos. — suspiraba desesperado Carlos

— Ya se pero tiene un globo en el bolsillo… — adicionó José

— Creo que es un forro usado… — agregó tímidamente Jorge

— ¿Te das cuenta que ni se cuidan? — consternado dijo José

— ¡Pelotudo tenés una 9mm apuntándote y me venís a hablar de esto ahora! — a los gritos Matías

— ¡Abajo mierda, todos! — exclamaba cada vez más sacado el extraño


A los empellones bajaron como pudieron. Se miraban de reojo como buscando ayuda o tratando de explicar la situación. Pero no había mucho que explicar. Los estaban asaltando.


— Dame la llave nene. — apuró el ladrón dirigiéndose a Lucas

— ¿Cuál?

— La del auto, pendejo.

— No es una llave común, tiene una llave magnética que queda adosada debajo del volante…


Carlos y el resto se miraban sorprendidos por la respuesta de Lucas.


— Que vida de mierda que tuve, me van a matar por una llave magnética. — pensó José

— ¿…Qué? — preguntó el Ladrón

— Es que este Ford no es nacional, lo traje de Canelones en Uruguay y… bueno es una historia re loca, un mecánico andrógino y narcoléptico… — explicaba Lucas.

— Nene, encendé el auto YA. — ordenó el ladrón

— Lucas, hacele caso al señor por favor. — reclamaba casi moqueando José

— Tranquilo, si, si... ya va. Espera que tengo que aplaudir dos veces cerca del parabrisa… te repito era andrógino…


Lo que jamás se imaginaron todos los presentes era que Lucas había urdido un plan maestro para neutralizar al ladrón. Cuando Lucas pasó por delante de la puerta empezó a aplaudir mientras buscaba sentarse. Luego comenzó a tantear la parte inferior del volante.


— Acá está. Ya está señor. Ya le doy el chiche. — dijo Lucas

— Lucas nos están afanando y vos crees que estás de vuelta en esa pesadilla donde eras telemarketer. Despertate o nos cagan a tiros. — imploró Matías.

— Tranquilo, tranquilo. — dijo Lucas.


Lucas estaba tranquilo. Tan tranquilo que de abajo del volante sacó un revolver y comenzó a los tiros. El ladrón no reaccionó en absoluto y afortunadamente para Lucas el primero de sus 6 disparos acertó. Desafortunadamente para él, e inexplicablemente por el ángulo de tiro, pinchó las cuatro ruedas del Fiesta.


— ¡LUCAS! Boludo… ¿Estás bien? ¿Qué carajo hiciste? — preguntó Jorge

— Nos salvó… — contestó José

— ¡Charlton Heston, carajo! — gritó Matías

— Je… — río Lucas


Carlos no salía del asombro. Al parecer era el único que entendía lo extremo de la situación vivida.


— ¿Está muerto? — preguntó Carlos

—Tocale el pulso. — dijo José

— ¿Por qué no te tocas la chota, tarado? ¿Qué te crees que soy, House? — contestó Carlos

— Tirale algo. — agregó José

— Me quedé sin balas yo, ¿eh? — dijo Lucas

— ... una piedrita, qué se yo. — dijo José


Carlos se vistió de valiente y comenzó a patear despacio al cuerpo sin vida del ladrón.


— Nada… duro como el Dié’. — dijo Carlos

— ¡¿Etapa Napoli o etapa Boca?! — preguntó Matías

— Etapa despedida de soltero con Guillote, Franchi, las nenas y la Claudia. — se sinceró Carlos

— La concha de tu hermana… —dijo preocupado Matías.

— Estamos vivos putos, ¡dejen de llorar y vean el marco no la diapositiva! — dijo José

— “Vean el marco no la diapositiva”… ¡¿podés dejar de escuchar a Calamaro, por dios?!. — agregó Jorge

— OK, OK... es verdad. Qué mierda hacemos ahora. Hay un cuerpo en el medio de la calle y Lucas se encargó de convertir el Fiesta en Stephen Hawking. —dijo Matías

— Llamamos a la policía. — dijo Jorge

— ¿Llamamos a la policía? — preguntó José


Cruce de miradas nerviosas. Una simple pregunta se había convertido en el dilema existencial más grande después de las verdaderas intenciones de Chacho Álvarez en la política nacional.


— ¿Qué estás planteando José? — preguntó Carlos

— Que acabamos de matar un tipo… — contestó José

— Aramos dijo el mosquito... Lucas fue. — señaló Jorge

— La concha de tu esposa, Jorgito. — contestó Lucas

— Esperen, José tiene razón. Si llamamos a la cana no nos vamos más. Salimos en la tele, nuestros viejos se pegan un julepe de aquellos. Juicio. ¡¿Mirá si terminamos en cana?! — dijo Matías

— Generalmente si matas a alguien vas preso… generalmente. — dijo José

— Votemos. — dijo Jorge

—¿Votemos? ¿Qué sos, fiscal de mesa ahora, pelotudo ? — preguntó José

— ¿Pero vamos a dejar el cuerpo acá? ¡¿Y el auto?! — preguntó Carlos

— Prendamos fuego todo. — dijo Lucas

— Pero el fuego no borra las huellas. — dijo Carlos.

— Te das cuenta porque CSI es una verga…. Te mete ideas en esa cabecita de Mirta Legrand que tenés. Es la bonaerense, los únicos químicos que conocen es el Fernet y el que usan para ver si la muzzarella es vencida. —agregó José

— Tiene razón José, ¿vos te acordás de los Pomar? — preguntó Matías

— ¿El de la Sra. que quería matar al perro porque veía a la virgen en Claromecó y que no se qué mierda más? — preguntó Jorge

-…. Si, ese. — dijo Matías.

— No, no me acuerdo.

— ….

— Bueno. A la mierda todo. — se resignó Carlos


Lucas sabía que había un bidón de nafta en el baúl. No fue gratis esa propuesta. Abrió el baúl y empezó a rociar todo.


— Che Lucas… y a todo esto. ¡¿Qué carajo hacés con un chumbo en el auto?! —preguntó Carlos

— ¿Importa? — preguntó Lucas

— A mi si…. No sabía que tenía amigos armados. — dijo Carlos.

— No es mía, es de mi viejo. —contestó Lucas

— ¡Tu viejo es ferretero! A lo sumo tendría un cargo en la AFA y seria…. (Epifanía) OK. ¿Tu viejo no tendrá también un helicóptero? — preguntó José

— Banquen. — dijo Lucas


Los amigos se miraban incrédulos ante la calma y contestaciones de Lucas quien se alejó unos cuantos metros y hablaba por el celular.

— …lo necesito ahora, Mandril tiene un cuero vencido en la canilla del baño. — decía Lucas por el teléfono

— ¿Mandril tiene un qué? ¡¿Este pibe se llama Lucas, no?! — preguntó asustado Jorge al resto

— ¿A vos tu asustó la parte del Mandril? Alguien con el cuero vencido muchachos… desembuchen ¿Quién es el puto de acá? — preguntó José (¡¿quién otro?!)

— Necesito una vagoneta larga con mucha nafta, out. — cerró el dialogo por celular Lucas mientras se acercaba al resto del grupo.

— Me estoy cagando. — dijo Jorge

— ¿Otra vez? Tenés el timming de Galván el 2 de Racing. — dijo Matías

— ¿Alguien tiene idea de dónde estamos? — preguntó Carlos

— Yo si. Estamos a un par de cuadras de la cancha de Independiente. No se preocupen, en un toque nos pasan a buscar. — dijo Lucas

— Erm… Lucas… ¿tu nombre es Lucas, no? — preguntó José

— Si… y no. — dijo Lucas

— ...

— OK, les debo una explicación. —dijo Lucas

— A mi me parece que si. — sgregó Matías, cercano al pedido de explicaciones que una mujer tiene al ver llegar a su explosión hormonal mensual.

— Hace unos años, antes de conocerlos a Uds. me ofrecieron un trabajo… —empezó a relatar Lucas

— ¿Antes de conocernos? ¡Lucas todos nos conocemos desde Jardín de Infantes! — dijo Jorge

— Algo de eso hay, pero también hay otras cosas que Uds. no creo que entiendan justo ahora.

— Soy hincha de Racing, Lucas. Te juro que nada que puedas contarme me puede asustar. — sostuvo brioso Matías

— Yo soy de River así que tené cuidado. — agregó mitad en serio mitad en broma Carlos

— ¿Papel higiénico? ¿Alguien? — clamaba Jorge


El sol hacía subir la temperatura y aclaraba el horizonte. Las siluetas de los edificios y las sombras denunciaban toda la escena y aceleraba el temor del grupo de amigos.


— ¿Podemos dejar este momento Kodak de iluminación budista, quemar el auto e irnos bien a la mierda? Estaría bárbaro, ¡¿eh?! — propuso José

— José tiene razón. Che, no hay un alma en la calle. Son como las 8 de la mañana y no hay movimiento. ¿Qué onda? — preguntó Carlos.

— José, calmate. Pasó algo y necesito que me escuchen todos. — dijo Lucas.

— Lucas, no es momento de paz y amor. ¡Por lo menos escondámonos o algo! — sostuvo José.

— José quedate quieto y escuchame. Déjenme terminar lo que les estaba diciendo. Yo soy Lucas, su amigo. Me conocen desde Jardín y somos fanáticos del Souchard y los Vicios de Bonafide y la mar en coche, pero necesito que escuchen lo que les tengo que contar.

— El auto Lucas, el auto… — decía José desesperado.

— ¡Ya va pelotudo, si te digo que banques, bancá! — contestó Lucas.


Con los minutos transcurriendo la paciencia del grupo estaba en coma. A nadie le importaba ya la charla del celular o quien era Lucas. Todos querían irse y de alguna forma poder olvidar ese momento horrible. No había un McDonald’s cerca como para salvarle el colon a Jorge ni una puertita de luces locas como en Stargate. No hacia frío, pero estaban lejos de casa y no había piedra donde sentarse (¿). Yo me pregunto: ¿sentarte en una piedra? En fin… recapitulando, Lucas había congelado los nervios del grupo con una cagada a pedos histórica. La preocupación de Carlos sobre el escaso movimiento en la calle no era un tema menor. Algo raro pasaba. Y no era Cumbio.


— Déjenme empezar diciendo que no hay que preocuparse por el fiambre o el Fiesta. De eso ya me ocupé.

— Sonás a Tony el Gordo y de alguna forma me gusta. — agregó José

— Yo que vos me preocupo por mi salud intestinal Lucas, no es joda. Vos seguís pedaleando el asunto y en cuatro minutos te empiezan a salir dos brazos nuevos a la altura del ombligo. Pensalo. — sostuvo Jorge

— Cagate encima por mí, Jorge. En dos minutos va a llegar un tipo en una camioneta, Uds. se suben le dicen dónde quieren que los deje y mañana nos juntamos como si nada hubiera pasado y del tema no se habla más. — dijo Lucas

— No se si viste una película llamada “Se lo que hicieron el verano pasado”… pero termina mal. — dijo Matías

— Me parece fantástico que venga un desconocido y nos lleve en una van polarizada y llena de instrumentos filosos a nuestra casa, pero sacando la ironía de lado… ¿cómo es este asuntito de que arreglaste el kilombo?, ¿Qué vas a hacer? — preguntó Carlos

— Yo no voy a hacer nada. La gente a la que llamé por teléfono lo arregla. — dijo Lucas

— ¿Nos va a costar un cuerito de la canilla roto? — preguntó pálido José

— No José, nadie te va a romper el culo. No tiene costo. Nunca pasó. — dijo Lucas

— Pero… sí pasó. — dijo Matías


La respuesta de Matías era la del grupo. Ninguno de ellos estaba convencido de que todo había terminado como si nada hubiera pasado. A lo lejos se escuchaba el ruido de un motor y comenzaba a vislumbrarse una camioneta. El auto y el cuerpo seguían inertes en el mismo lugar, como Funes Mori tratando de evitar la ley del offside. La camioneta finalmente llegó y el chofer ordenó a todos que suban. Lucas los saludó sereno.

En la camioneta sin embargo, la serenidad no estaba ni de casualidad.


Los Cgtenautas


— Disculpe buen hombre, ¿quién es UD? — preguntó Jorge, algo inocente.

-….

— Maestro pero explíqueme. ¿UD qué está, muerto? ¡Pero estamo’ hablando como hombres! Como seres humanos… — continuaba Jorge

— Ya está, no te va a contestar… — dijo Carlos

— Pero, pero... ¿Qué no me va a contestar? ¡Es un botón entonces! — gritaba Jorge

— Nene si seguís hablando me voy a comer tus órganos. — dijo el chofer. ¿Cómo para prestarle atención, no?

— Perdón, buen hombre. ¿Un baño por acá no, no? — preguntó Jorge

— Yo voy a Malabia al 2300 señor. — dijo José

— A mi me importa cinco carajos donde querés ir. Ahora vamos donde el Sr. Álvarez dijo. — contestó el chofer.

— Un momento, ¿quién es Álvarez? Lucas nos había dich…. — comenzó a decir Matías

— ¿Quién es Lucas? — preguntó el chofer.

— uhhhh cha’ de tu ma…. — lloraba Carlos.

— ¿Cómo quién es Lucas? Lucas es el que llamó para que UD venga, buen hombre. — dijo Jorge

— ¡Cortala con el “buen hombre”! ¡Nos van a embambinar a todos en fila y vos hablándole como si fuera un señorcito inglés! — exclamó José

— Nadie se va a violar a nadie José, cortala. ¿No nos van a violar no, Sr.? —preguntó Matías

— Faltan diez minutos de viaje. El próximo que hable lo cago de un tiro. ¿Es mucho lo que les estoy pidiendo? 10 minutitos… es un legui muchachos. — dijo amablemente el chofer.

— Doctor, en 10 minutos no sólo me cago encima sino que tengo mellizos. UD me va a cagar a tiros pero UD en su casa no lo van a dejar entrar más. Se lo firmo. — dijo Jorge, ya más serio.

— ¿Sabés qué pendejo? Frenamos. Te parás pegadito a la puerta y hacés lo que tenés que hacer pero no pa…. — comenzaba a decir el chofer.

— Ya me bajo a mear también. — interrumpió Matías

—Yo tengo un Shimmy y una Pritty cola en el estomago, mejor prevenir que curar. — agregó Carlos

— Yo voy a Malabia al 2300. — dijo José.


Con la van frenada bajaron los tres a atender el llamado de la naturaleza. El chofer no pudo atinar a mucho y con José sentado firme como un granadero tenia un rehén para negociar si a los chicos se les ocurría escapar.


— Aaaaaaaaaaaaauihkjihbjkkbjseeeeeeeeeeeeeeeeeeeee. — gritó Jorge

— In the jungleeeee the mighty jungle, the liiiioooon sleeps toooniggghhhhttt. — cantaba Matías

— Awimawe awimawe auuuuuuuuuuuuuuuuuu. —acompañaba Carlos


Dos minutos después se reincorporaron en sus asientos ante una mirada estupefacta del chofer.


— Les prometo que le voy a implorar al Sr. Álvarez que los haga sufrir. — dijo el chofer

— Malabia es la continuación de Luis Viale por si le ayuda. — dijo José

— José… dejá. Disculpe ¿a dónde le pidió el Sr. Álvarez que nos lleve? — preguntó Carlos

— Vamos a William Morris. — sentenció el chofer


Lo que siguió solamente puede describirse como un acercamiento a un llanto masivo como cuando dejan en una pileta a los infantes mientras los padres se van a la mierda a tomarse un refresco y hablar mal de la industria de los preservativos.


— ¿Seguro que dijo William Morris? ¿Pudo haberse confundido con…Belgrano? — preguntó Matías

— Chicos UD siguen hablando y no van a cambiar en nada la situación. En unos minutos se sube el Negro Sonrisa de Metilfenidato[4], acordamos un par de cositas y una vez que llegamos a William Morris se termina todo. —dijo el chofer

— Espere, ¿se sube quién? ¿En qué sentido termina todo? — preguntó José

— Defíname todo, por favor. —consultó Carlos

— Metilfe…. ¿De dónde me suena? —se preguntaba Jorge

— ¿Qué colectivo nos trae desde William Morris? —preguntaba a sus amigos Matías.

— ¡¿Qué parte no entienden de “paren de hablar”?! —exclamó el chofer apuntando un revolver.

— No quiero ser maleducado pero sus expresiones no permiten un esclarecimiento efectivo de nuestras dudas o cuestionamientos sobre los eventos y fenómenos acaecidos en horas pasadas y… —decía Matías mientras un disparo del chofer lo hería en su pierna.


La van se sobresaltó por el disparo y los chicos se tiraban al piso protegiéndose de futuros tiros.


— Noooo, ¡Matías! ¡¿Pero por qué?! —preguntó Carlos

— Por pelotudo… —sentenció el chofer.

— ¿en qué sentido pelotudo? —preguntó Jorge


El chofer se preparaba efectuar un segundo tiro esta vez en el cerebro de Jorge cuando el resto reaccionó y logró sacarle el arma al chofer.


— ¡Disparale! — gritó José

— ¡Yo no soy un asesino, disparale vos! — argumentó Jorge

— Dame la pistola. — reclamó Carlos tomando el revolver.


Carlos miró a los ojos al chofer quien se encontraba maniatado por el resto de los chicos.


— Vamos a seguir camino. Yo voy adelante como tu copiloto. No vamos a levantar a tu amigo el Negro Cabeza de Sulfato de Potasio sino que nos vas a llevar a lo de nuestro amigo Lucas al que vos decís que no conocés. Y cuando lleguemos si seguís rompiendo las bolas te voy a llevar a la platea San Martín con un cartelito que diga “Aguilar 2014”, ¿entendiste?

— No te tengo miedo nene: ¡soy socio de Gimnasia! — contentó el chofer.

Carlos no lo pudo evitar y le disparó en la rotula.

— ¡¿Pero por qué?! —preguntó José

— Por pelotudo. —contestó Carlos.


Jorge tomó el volante y dieron la vuelta encaminándose a la casa de Lucas. La escena no era la mejor, dos personas heridas en una camioneta y un camino digno de una película de Dave Lynch, el mellizo deficiente mental de David[5]. 43 unidades básicas después comenzaron a vislumbrar las primeras luces de la civilización.


— Tenemos que llevar a Matías a un hospital. —dijo Jorge

— ¿Y con el chofer que hacemos? —preguntó José

— ¡Ey!, ¿cómo te llamás? —preguntó Carlos al chofer

— Timoteo.

— Jajaja. — todos.

— Forros. Llévenme a Morris o van a tener problemas. —amenazó el chofer.

— ¿Qué problemas? —preguntó desafiante Carlos

— Problemas con la comisaría 1ra de Avellaneda. —dijo el chofer.

— ¿Lo qué? ¡¿Y por qué mierda vamos a tener kilombos con la cana?! —preguntó José

— Porque el fiambre que dejó tirado tu amigo Lucas era un cana. — dijo el chofer.


Silencio. Silencio espectral. Jorge y sus intestinos comenzaban el ritual otra vez, Carlos se detuvo en el tiempo mirando a los ojos al chofer como buscando una lógica matemática a aquellas palabras. José sacó veinticuatfro aspirinetas de su bolsillo y se las tragó con la misma voracidad con las que Ana Maria Giunta encara un Carrefour. Matías, cada vez más debilitado, agacho su cabeza y se desmayó.


— ¡Matías, Matías! — gritó Carlos

— Hay que llevarlo a un hospital rápido, y a él también. —recomendó José

— Vamos hasta Morris que ahí nos van a ayudar. —sugirió el chofer.

— Las pelotas, ni siquiera se dónde queda Morris. —reconoció Jorge

— Es pasando Campo de Mayo, la loma del culo. — dijo Carlos

— ¿Pero qué somos el 60 que vamos a todos lados? Ni en pedo. Vamos al primer hospital que encontremos. — dijo Jorge

— Vamos a Morris. Esta camioneta no sólo tiene un GPS que se monitorea desde la base sino que hay una cámara que filma todo lo que pasa acá adentro. Se los voy a decir simple y directamente: el que Uds. llaman Lucas es Horacio Joaquín Gilberto Krauss, también conocido como el Sr. Álvarez, líder de la CGT Azul y Oro. Él ordenó su protección y por eso yo los llevaba a la base, porque el flaco que el Sr. Álvarez mató es un oficial retirado amigo de un sindicalista opositor muy pesado. Así que o vamos a Morris o Uds. mañana amanecen en el Riachuelo con un aparato reproductivo adicional en el culo. — sentenció el chofer.

— Morris no suena tan mal, deben tener Wi-fi y todo. —dijo José


La decisión la habían tomado casi por osmosis. Carlos guió la van y apretó el acelerador como si fuera Ayrton Senna con dos líneas de cocaína encima. El motor sobre exigido y la velocidad hacían que la camionetita vibrara como Michael Fox escribiendo en su diario y las luces de la capital se iban apagando una a una. Los ruidos de la selva ruta empezaban a enmudecer el viaje y agigantar la angustia de los viajantes combatida y exacerbada sólo por Jorge que entonaba las estrofas de canciones de los Bee Gees.


Finalmente la van se detuvo en un galpón. Las puertas se abrieron y entraron. Unos 5 individuos vestidos con guardapolvos cuadrillé y escafandras los recibieron.


— Bienvenidos. Soy Sifón. Nosotros llevaremos a los heridos al quirófano. Por favor pasen al hall. Si hay algún hincha de River le pido que se comporte. Gracias. — dijo… Sifón.

— Hola… Sifón, soy Jorge. ¿El baño? —preguntó… Jorge.

— No hay. — contestó seco uno de los individuos.

— ¿Perdón? ¿Y dónde hago mis necesidades? — repreguntó Jorge

— Tenemos un jardín exclusivo para mantener el espíritu sindical. —contestó el individuo


Sifón se quedó con los muchachos mientras los otros cuatro llevaron a Timoteo y a Matías al quirófano.

— Disculpe buen hombre… —dijo Jorge

— Otra vez con lo del buen hombre. — se lamentó José

— … ¿UD está disfrazado? — preguntó Jorge

— No. El uniforme de la organización lamentablemente no fue una elección satisfactoria. Cuando decidimos abrirnos de la UTE (Unión de Trabajadores de la Educación) sólo conseguimos arrebatar los guardapolvos de jardín de infantes… de las maestras.

— ¿Y la escafandra? —preguntó José

— Por el jardín. Creo que en este momento se encuentran algo desorbitados. Por favor acompáñenme a la oficina y despejaré sus dudas.

— Ningún problema pero primero voy al jardín. ¿Uds. tienen seguro, no? —preguntó Jorge


Efectivamente. La situación era inentendible. Era poner una pelota enfrente de un arco y señalarle a Mauro Rosales que pateara. No había lugar a la cordura. Carlos estudiaba el lugar. Nada tenia sentido. Sindicalistas con escafandras, galpones con quirófanos y una rara versión de un estandarte peronista con la V hecha con el saludo vulcano[6]. José preocupado andaba pellizcando a Carlos a lo largo del camino que los separaba a la oficina.


— ¡¿Qué hacés?! —preguntó por lo bajo Carlos

— Me estoy cerciorando que soy yo y no las aspirinetas. —contestó José también bajito.

— Tranquilo, sos vos. ¿Vos no me pusiste ninguna aspirineta en lo de las minas, no? — preguntó Carlos

— No…no. A lo sumo un geniol.

— Ah menos mal… no me asustés, boludo.

— Por favor pónganse cómodos. —dijo Sifón


La oficina era por demás sospechosa. Aparte de calendarios de Pirelli había un sinfín de elementos que distrajeron la atención de los muchachos. Por empezar ni bien uno entraba a la oficina, la pared que se veía al frente llevaba colgadas cinco cámaras de llantas de bicicleta rodado 26 formando los anillos olímpicos. Las paredes de los costados estaban pintadas en forma de murales y parecía tener alguna simbología rara porque era sumamente abstracta. Sino era obra de Jackson Pollock[7] pasaba raspando. La última pared, la que se vía recién una vez superada la puerta, tenía escrita una inscripción en letras élficas bastante dura: UTE COMPADRE LA CONCHA DE TU MADRE. Carlos y José tomaron asiento con reverencial respeto. Sifón se sacó la escafandra y se arremangó el guardapolvo.


— ¡Ahora sí compañeros! ¿Un vermú para esperar al cagador? — preguntó Sifón

—Eh… nono, gracias. ¿Le pasa algo? —preguntó José

—No fiera. Ya se lo que estás pensando. Es la escafandra. Tiene un dispositivo de camuflaje oral, una cosa de locos que trajimos desde la Federación de Box de Aldo Bonzi.

— Ahhh… bueno, nos puede explicar un poco dónde estamos porque el Sr. Timoteo algo nos adelantó pero realmente estamos más desubicados que cubierto de plata en la Salada, ¿no se si me hago entender…? — preguntó José

—Más claro que el General hablando desde el balcón, amigo.

— ¿No era Coronel? —susurró Carlos

— En este lugar era dios. —contestó José con un disimulado correctivo a las costillas

— ¿Por qué no bancamos que llegue su amigo el Da Vinci de los inodoros y arrancamos? — preguntó Sifón

— Si, por supuesto. Una preguntita. ¿Qué son estos murales? —preguntó Carlos señalando las paredes.

—Estas pinturas son mensajes, capo. Pero banquemos a garquetti así les explico todo.


No tuvieron que esperar mucho. Jorge subió las escaleras que separaban el jardín del sector de las oficinas e inmediatamente se sentó junto con sus amigos. Miró detenidamente la oficina y frunció el ceño.


— El Jardín… muy lindo, don. ¿Es todo para consumo personal, no? —preguntó Jorge

— ¿De qué estás hablando, nene?

— Cortala, cortala. — susurro cortante José

— Bueno ya estamos todos, Sr. Sifón. Si es tan amable le pido que nos esclarezca un poco todo esto. — dijo Carlos

— Lo prometido es comisión, muchachos. Si bien todo comenzó en Hebraica Pilar lo que realmente importa empezó hace unos doscientos setenta años. —comenzó diciendo Sifón

— ¿Cómo doscientos setenta? —preguntó José

— Doscientos setenta. Sí señor. En el año 155 antes del Pocho, en un descampado de Lobos, Tomás Falkner llegó con dos tremendas yeguas y un salame picado fino que descontrolaba los mares. Había unos tres mil compañeros con él, un ejército de la san puta… — narraba Sifón.

— Disculpe Sifón, ¿UD se refiere al Padre Falkner, jesuita, explorador y etnólogo? —preguntó Carlos

— No, ¡no!… ¿jesuita? Por favor. Falkner era pe-ro-nisss-ta, termina parecido la palabra pero no es lo mismo. No cofundamos los términos, compañero. Falkner era un pirata viejo, un bicho. Un tipo más rápido que Cafiero. Te mostraba un mapa con una mano y te dibujaba un presupuesto con la otra. Un genio. En fin, Falkner llegó acá, a la tierra prometida y se puso una meta inaudita para la región. La Unidad Nacional señores, na-cio-nal. El problema eran las bases. De los tres mil compañeros, unos setecientos cincuenta venían ya desde Inglaterra con ideas medio raritas, y apenas tocaron tierra si dieron el raje. Abrieron una franquicia de turrones como a doscientos kilómetros, no sé. Unos goncas bárbaros. El resto, que eran como dos mil quinientos, no tenían ni puta idea de lo que podían esperar de esta tierra, eran una gran jauría de ovejas.

— Rebaño… rebaño de ovejas. —corrigió José

— Rebaño, jauría, justicialismo, peronismo… todo lo mismo don. No interrumpa. En fin. Falkner un día caminando por el inmenso campo tuvo una visión. Un momento histórico compañeros. Fue el día que se le reveló la V, la de V de Perón. Venía enfilando para el lado del carrito del compañero Laranzetti, el tano. El carrito explotaba de compañeros. El tano multiplicaba los choris, era un suceso estremecedor. El tano abría el carrito y tenias una avalancha que solo podemos comparar con alguna de la época de Colombatti y el Toti Iglesias.

—¿Seguimos hablando del incidente que tuvimos, no? —preguntó Jorge

— Sí, claro que sí. Esto que te cuento es historia, gurí. Falkner venia en camino hacia el carrito y de repente, así como de la nada, el Sol pareció iluminar aún más el día. Y quedaron todos como cegados por un rato. Menos Falkner. El quedó como tonto mirando el horizonte que le dibujaba una V allá a lo lejos. Y cuenta la leyenda que Falkner caminó doscientos treinta y cuatro pasos hasta toparse con esa V. Era una nave, gris plata como el mercho de Fangio. Y de la nave bajaron los cgtnautas.

—Perate, perate… porque ya lo de Lucas me había desubicado pero ahora me decís que vinieron aliens a la Argentina, ¿y que encima se llaman los cgtnautas? —preguntó Carlos

—Hombre de poca fe, veo. Igual vinieron los aliens, llegaban a venir los depredadores y teníamos cuatrocientos años de radicales. Miren muchachos. Yo se que suena tremendo, con este ritmo loco y todo eso… pero es la verdad. —sentenció Sifón.

— Mire Sifón, yo le agradezco infinitamente el jardín y la hospitalidad, pero no me trate de boludo. —contestó Jorge.


Sifón se paró, dio unos tres pasos hacia atrás. Hizo la V vulcana peronista y ante los ojos de los muchachos se convirtió en un ser indescriptible, pero indefectiblemente extraterrestre. Su figura sólo puede describirse en partes (y tienen que hacer un ejercicio de imaginación leyendo lo que sigue con música de Vangelis). Tenía los pies del tamaño de una empanada de La Salteña, las feas. Las manos de 4 dedos, como los Simpsons, sin uñas, el torso… bueno el torso era como Hanglin cuando andaba en bolas por Buenos Aires…, y la cabeza debía medir cuanto menos 1 metro de diámetro. Le tirabas un pituto y te lo cabeceaba, debía tener sangre paraguaya (¿). El pelo era lacio (línea Pantene Wash & Go), finísimo como el de un perro afgano posando para Marta Minujín (o como Marta Minujín posando para un perro afgano...). Tenía los ojos de Mesut Ozil, el delantero alemán más feo del mundo pero la joya de la abuela (¿) eran sus dientes: tenía un piano de cola en la boca prácticamente, si pensamos en la fuerza destructiva de un paladar de estas criaturas solo podemos remitirnos a los incidentes de San Vicente cuando un simple y sencillo traslado de un mero y aburrido ataúd por unos humildes y laborioso hombres se transformo en una erupción volcánica de fervor popular.


Los chicos se atajaron como pudieron ante tamaño espectáculo y descubrimiento.


— ¡¿Q… quién, qué carajo sos?! —preguntó temeroso Carlos

— Soy Sifón, boludo.

— ¡No nos comas, parecemos uruguayos pero no lo somos! —agregó José

— Baja un cambio salame, soy Sifón, bah me llamo Flavio, me dicen Sifón pero soy tan argentino como Uds. —contestó enojado Sifón, bah Flavio.

— Vos nos estás chamuyando….un momento. Ok, argentino es… ¡pero vos sos un extraterrestre! —dijo Jorge

— Soy hijo de extraterrestre y argentino, soy un... ¿mulato? —se preguntó Flavio

— Sos un pardo, boloh. — contestó socarronamente José.


El Comisario y las Trillizas de Bronce


Flavio no lo tomó bien. Tomó a José con sus brazos y se lo comió (yo se que igual no les caía muy bien a Uds., ¿no?). Pero los José son así , duros de roer. Y dentro de uno de los ocho estómagos de Flavio las células revolucionarias y libertarias de José comenzaron a pensar, replantearse los contextos y discutir al pedo las cincuenta y seis mil formas de reordenar el sistema y vencer al enemigo imperialista para que un glóbulo blanco se hartara las bolas e hiciera un putsch patriótico cantando a viva voz “somos los mismos de siempre, los que vamos a Gerli con banda de gente, que en calle Malabia tomamos del pico, todos los whiscoolaaaas y los cuuuulooos del tiiiinto”. La emoción ganó las conciencias de los glóbulos blancos y rojos y una fuerza sobrenatural condujo el ejército a reagruparse como T-1000 (el malo de Terminator 2 que queremos tener de mascota) y forzar a Flavio a vomitar a José junto con dos bondiolas y una ensaladita rusa.


Los amigos, en una mezcla de asco, sorpresa y alegría, se abrazaron y festejaron el retorno a la vida de José.


— ¡Como Goku hijos de puta, como Goku viejo!, —gritó Jorge

— Perdón muchachos pero los cgtnautas no tomamos bien la oposición. Es un defectito que tenemos que mejorar, pero nadie es perfecto, ¿no? Encima cuando estos turros te apuran sólo podés recordar las palabras de Falkner a la popular en el acto de Ferro… —comenzó a decir Flavio mientras miraba al horizonte (en este caso la pared, pero se entiende la metáfora) “(…)Y como buen enemigo del peronismo vulcano, se fagocita en nuevas entidades que se instauran y reedifican en instancias diferenciadas, en estructuras cuasi metafísicas pero no por ello semánticamente duales”. O sea… traidores muchachos. Veletas y panqueques, cipayos y gorilas. Concluyó Sifón o Flavio o el succionador de opositores.

— ¡¿Estás bien José?! —preguntó Carlos

— ¡Me quiero ir a la mierda!, ¿qué carajo hacemos acá? Extraterrestres, peronistas. La puta madre, esto parece el programa de Polino. —vociferó José cubierto de hortalizas varias.

—Permitime corregirte: Peronista Y extraterrestre. Y nosotros somos los que te estamos salvando el culo de la bonaerense, ¿te acordás?


Flavio, visiblemente enojado, recibió un llamado telefónico.

—Sí, si… están acá. Subí. — Dijo Flavio por el teléfono.

— Disculpe, ¿con quién hablaba? —preguntó Carlos

— Con el Negro Sonrisa de Metilfenidato. Está subiendo y a uno de los tres me prometió que le va a hacer sacarle punta a su pi…


El Negro Sonrisa de Metilfenidato entró en la oficina sudoroso y amenazante con su metro sesenta de altura imponiendo respeto.

— ¡¿Cuál es?! —preguntó el Negro

—No sé, no les pregunté. —contestó Flavio

— Erm… me parece que la persona que busca soy yo. —contestó Carlos

— ¿Así que vos sos el machito que le pegó un tiro a Timoteo? —preguntó el Negro

— Se llama Timoteo y es hincha de Gimnasia, 2 + 2=4, don. No jodamos. —contestó Carlos

— …Bueno, si lo planteas así no suena tan errado. Y a todo esto, ¿Uds. quiénes son?

— Somos los amigos de Lucas… bah, del Sr. Álvarez. —contestó Jorge

— ¿En serio? Ah bue… ¿quieren un café? —preguntó el Negro

—Flaco primero me comen y después me ofrecen un café. ¿Qué es esto, el bulo de Dalí? — cuestionó José

— El compañero Dalí no tiene nada que ver en ésto, ¿eh? —agregó Flavio

—¿Me estás jodiendo que Dalí era cgtnauta? —preguntó Jorge

— No, peronista. ¿Cómo va a ser cgtnauta? —contestó el Negro


De la noche a la mañana la situación era cada vez más incomprensible pero aun lo extraño ni siquiera empezaba a asomar su nariz. Cuando la manifestación de la relación con el Sr. Álvarez tuvo lugar y dio paso a una cordialidad inesperada y todo finalmente parecía encaminarse al restablecimiento de la cordura, la gente mala de verdad vino a saludar por el galpón. En idioma sindicalista sería algo así como una ráfaga de balas trazadoras, una molotov de cinco litros lanzada desde un Dodge con precisión quirúrgica (y esta gente nunca llega a los JJ.OO., la injusticia…), una tormenta tropical de piedras y objetos contundentes con sello en el pasaporte de Glew, Isla Maciel, Dock Sud y otros milagros naturales, y cuarenta y tres botellas de cerveza a medio terminar. La banda de sonido de la arremetida era una radio local que por el incesante movimiento en el Dodge pasaba de FM Tropical a FM Hit sin escalas, logrando momentos cinematográficos dignos de Fellini con un lanzamiento de botella al ritmo de Alcides y su contacto con el cemento sonorizado por Axel, ese que ama y ama y no para de amar.


Mientras los muchachos y los cgtnautas se parapetaban en la oficina, el tiroteo y la escaramuza alcanzaban proporciones épicas sólo comparable a ese 17 de octubre de 2006 cuando el pueblo, en paz, quería hacer una demostración de la calidad de los productos Cadenaci en áreas pobladas.


— ¡¿Qué pasa?! —preguntó Jorge

— ¡Pero la concha de Tita Merello, hoy no pegamos una viejo! —se quejó José

— ¡Son los de la comisaria aliada de la UTE, vienen a vengar la muerte de García! —aclaró el Negro

—¿El que mató Lucas? —preguntó Carlos

—Si, ese… Negro sacá el Evita 2030. —solicitó Flavio

—¡¿El qué?! —preguntó José

—Ahora vas a ver. —contestó el Negro


El Negro comenzó a hacer movimientos de Tai Chi aprendidos en la plaza Avellaneda en dirección a las llantas olímpicas y la pared comenzó a resquebrajarse. Mientras tanto Flavio se calzaba la escafandra nuevamente. Las llantas comenzaron a alinearse hasta formar un dodecaedro y un orificio se abrió justo en el medio lleno de humo blanco del que salió un objeto superior. Un arma de guerra más grosa que la que cualquier ingeniero zentraedi[8] pudiera inventar: La Evita 2030. Un mazo de estampitas altamente contaminadas que en exposición con el oxigeno y otras substancias podían reproducir el nacimiento del Sol. El Negro tomó el mazo, se posicionó cerca de un ventanal y arrojó cual granada la Evita 2030.


— ¡¿A mí me vas a tirar piedras?! ¡Aguante Platense, putos! —gritó el Negro


Efectivamente, la Evita 2030 hizo explosión en la vereda y los cuarenta y cinco seres mayores de dieciocho años y de más de noventa y ocho kilos comenzaron a arrastrarse por el piso pidiendo ayuda. Uno sólo, un héroe moderno, sobrevivió a la Evita.

— Acá móvil 23, 897 “Natalia Natalia” efectúan disparos. Cambio.

— Acá central, ¿dijo 897? Cambio

— Afirmativo. Cambio

— ¿Qué carajo hace en la Bombonera, González? Cambio

— Negativo central, estoy en Morris con otros doce móviles, todos finados. Solicito apoyo, ganchos y fierros. Cambio

— Recibido, mandando apoyo.


Mientras tanto, en el salón de la Justicia , El Comisario Vanegas recibía la información.


—Sr., Morris no cae. Quedó González copando la parada. Tiraron una Evita. Cambio.

— Estás al lado mío, pelotudo, ¿qué “cambio”?

— Perdón Sr., Cambio

— Seguís con lo de “cambio” y te corto los tickets de Uggy´s, me´ntendé?… preparame un móvil. Llamá a las trillizas.

—¿A todas las trillizas, Sr.?

-Toooooooooodaaaaaaaaaaaaaaas (alla Norman Stansfield[9])


Uds. se preguntarán qué o quienes son las trillizas. Vamos por partes como diría Jack el Destripador. Lo de trillizas no viene por ningún lazo sanguíneo o parecido físico. Las tres fueron un experimento altamente secreto llevado a cabo en los 80s en los viejos cabarets de la calle Alem en Mar del Plata. Los científicos Lambetain y Lunadei, escapistas del gueto de Varsovia, fueron financiados por una organización delictiva conocida como “Sofovich” para cubrir las deudas ocasionadas por sus obras teatrales “La Casa está en Rollers” y “Gatitas XXIV”. Mientras el comisario se vestía para la ocasión los 3 gatos seres bajaban desde el helipuerto de la 10ma vistiendo sus imponentes catsuits negros y amarillos (fueron testeados por vez primera en la popular de Almirante Brown para calmar los ánimos caldeados de los simpatizantes aurinegros- El resultado fue alentador.


— Soldado raso Mireya 1945 reportándose. —se introdujo una trilliza

— Teniente primero Alexia 3.0 a sus órdenes. —le siguió otra trilliza.

— Maestro Mayor de Obras Tulita Bombo Mejorado, soy su servidor. —finalizó la última trilliza.

— Este… bienvenidas. Tenemos un 10-61[10] en Morris con altas chances de un 10-50. Si todo sale bien un 10-81. —informó el comisario.

— ¿Reducción de pizzas otra vez, comisario? —preguntó Alexia 3.0

— Negativo, eso es un 10-82. Tan grave no es afortunadamente.

— Sr. ¿Cuáles son las reglas de combate? —preguntó Tulita

— Identificar al oficial en peligro, asistirlo y eliminar el foco de peligro.

— ¿Cantidad de hostiles? —preguntó Mireya

— Unos ochocientos noventa y siete.

—¿Otra vez la bombonera Sr.? —pPreguntó Tulita

— Negativo, sorprendentemente, pero bueno basta de charla. Procedan a los móviles. Yo voy detrás con el resto.

—¿Detrás?, muchas cosas nuevas hoy. —preguntó picarón Alexia.

—No se haga el gracioso que estoy facultado a desconectarlo.


Con los pertrechos puestos salieron al encuentro del peligro montados en un sinfín de móviles.


— Pocho la Pantera a Pelicano, ¿me escucha, cambio? —preguntó el comisario

—Fuerte y claro papi Pocho, cambio. —contestó Mireya

—Nosotros vamos por el frente y Uds. avancen por la retaguardia para emboscar, cambio.

—¿Está en gracioso, comisario? Cambio. —preguntó Mireya


En un santiamén la ofensiva legal se encontraba ya atrincherada detrás de los móviles contestando el fuego enemigo. Nuestros muchachos, en tanto, deliberaban sobre el futuro.


—¿Y ésto cómo sigue, viejo? ¡Nos están cagando a tiros! —imploraba José

—Necesitamos municiones compañeros, estamos flojos de papeles con el Renar. —se sinceró el Negro.

— No, jodeme. —contestó Carlos

—Negro ¿quedan Pochines? —preguntó Sifón/Flavio

— Deberían, usamos varios el finde pasado pero debería haber una reserva en algún frigobar de abajo. — contestó el Negro

— ¿Pochines? —preguntó José

— Como diría el gran Marcelo, tengo la antipática obligación de constiparme un rato. —agregó Jorge

— ¡Carlos! Pasame ese banderín con la cara del general. —solicitó Sifón/Flavio

—¿Ésto, qué carajo vas a hacer con ésto? —preguntó Carlos

—Tápense la nariz. —rRespondió Sifón/Flavio tomando una docena de banderines y tirándolos hacia la oficialidad.


Cual perfecta mezcla de película hollywoodense con la Nouvelle Vague, los banderines salieron disparados hacia el cielo flotando; entregando una escena en cámara lenta: nevaban banderines peronistas. Los oficiales alzaron sus vistas contemplando el desconocido horror. Pero uno de ellos ya conocía el vulgar destino. El Comisario Vanegas, titán del combate de Pavón (al 1600), bramó en derredor un alarido de niña, como cuando la naturaleza adolescente realiza su bautismo de adultez. El temido efecto contagio se esparció entre la tropa y el cagazo estaba consumado.


— ¡¿Qué pasa Comisario?! ¿Qué es eso? —preguntó Giménez

— ¡Es el HORROR, pónganse las máscaras! — contestó Vanegas

— ¡¿Qué máscaras?! —preguntó Kolstaigger (el nieto de vaya a saber qué criminal de la Gestapo)

— Las mascaras de gas, ¿Cómo “qué mascaras”?

— Las dejamos en lo Quindimil ¿no se acuerda de la fiesta de Halloween con las trillizas en la estación? —contestó valiente el cabo Galotti (el wedding planner de la bonaerense)

— No, no me acuerdo. Debió estar bárbara. —se sinceró Vanegas


Tras un minuto de charla e investigación exhaustiva sobre el paradero de las máscaras y el significado de la vida, los banderines aún flotaban pero nada parecía desafiar el futuro de su trayectoria. Cuatro minutos después cayeron al piso. El horror. Y vamos a explicar por qué: los pochines fueron manufacturados en el altiplano peruano por orden firmada a mano del secretario de comercio allá por el año 1950. Fueron construidos por seiscientos coyas endrogados habiendo sido previamente secuestrados y alejados de sus llamas predilectas. La operación fue supervisada por un cgtnauta grado 33, uno que además de peronista era masón (¡). Tras la pérdida de quinientos noventa y ocho coyas se logró la formula deseada.

— Ésto logrará destapar cañerías. —presagió uno de los sobrevivientes

— Muy agradecido pero eso será una gaseosa. — contestó algo irascible el cgtnauta

No, no sería la fórmula de la gaseosa la responsable de la muerte de millones. Sería la otra fórmula, la que de casualidad fuera descubierta por la coya violada por los otros seiscientos para paliar el frío. Un ingrediente de la tierra, un arma biológica que sacudió los cimientos del Imperio Español, la KGB y los rasgos faciales de Gloria Florismondi[11].


La reacción química desafió los designios de… algún dios o ser invisible, y penetró la dermis de los oficiales calcinándolos en el instante cuestionando la brutalidad de la combustión espontánea.


—Ahí fue lo que quedó de Nivea Pons, ahora trame lo de Avon. —ordenó Flavio/Sifón

—Después de terminar con todo este bardo sideral, da para una explicación de lo de Nivea y Avon… pero prosigan. —solicitó Jorge

—Acá tengo dos potes con la cara de Solita. — dijo El Negro

—Tampoco somos bestias, negro. Vos, José, arrímate a ver si quedó algo parado ahí abajo. — pidió Flavio/Sifón

—Ésta. —contestó José

— Voy yo. —dijo Carlos


Con un ápice de arrojo asomó la trucha por la diminuta ventana mientras el resto esperaba su respuesta con ansiedad.


—Todo liso, gente. En la esquina hay tres travas nada más… —se apresuró a decir Carlos

—Decime que no dijiste 3 travas. —reclamó el Negro.

—¡Qué te hacés el fino! querido llamate a silencio… —exclamó José

—Pendejo, esos no son 3 travas. Esas son las trillizas. —sentenció Flavio/Sifón

—Ah pero qué bien las conoces, ahora entiendo porque te quedó así el… —retrucó José

—¡Al suelo! —gritó el Negro


Si Uds. recuerdan cuál era la característica distintiva de Afrodita T (de la serie Mazinger Z) sabrán por qué ahorro en palabras para definir qué fue lo que salió disparado hacia el edificio cgtnauta.


— ¡Vos también la tenés adentro! —gritó con voz de MEGATRON[12] Alexia 3.0

—Bombo Legüero ¡Actívate! —acompaño Tulita

—¡Tragala toda, Gorila! —gritó algo más diplomático (¿) Mireya 1945


Eso, que no voy a describir, se disparó con la potencia de un Torino en manos de Oreste Berta.[13] El sonido de su viaje fue tan atronador que volaron los vidrios de los cinco parripollos lindantes. Todo lo que quedó de edificio donde moraban nuestros amigos era un estandarte fucsia con la leyenda “Villa Ballester 1986” y una imprenta ilegal con boletas para una mesa de Necochea (“Ahí ganamos siempre” se jactaba orgulloso el Comando CGTnauta). El escenario era más triste que sesión en el psicólogo del Gato Gaudio. Restos de sándwiches de miga, bondiola y salame picado fino por todas partes, discos de vinilo de Leo Dan… era el hall del purgatorio atendido por una recepcionista del Estado. Sifón/Flavio estaba repartido por el piso en partes iguales; el Negro había perdido las manos y sonreía desvariado (¡Como el General!). Nuestros héroes, Carlos, José y Jorge se debatían entre la vida y que te atiendan en el Churruca a las 6 de la tarde.

— C…Carlos.. ¿Estás bien? —preguntó herido Jorge

—Si ¿Qué mierda pasó? —preguntó Carlos

—Pasó Fastix, pelotudo. —contestó Matías


Un momento. ¿Matías? ¿El que estaba en un quirófano hace… como diez hojas atrás? El mismo que viste y canta señores. Muñido de una sotana color bermellón, una sonrisa blanqueada por Colgate y una AK 47 Matías surgió detrás de un aura blanca tan potente que se comía las sombras. Como un agujero negro… pero blanco.

—¡MATIAS! ¿¡Cómo, Dónde, Cuándo?! —absorto preguntó José

— Me operaron. En el sótano; y como hace una hora…

—M..Ma…Matías, ¡qué alegría! Decime que estamos en Valentín Alsina con esa generación de pendejas celestiales… —imploró Carlos

—No, Charlie. Estamos en Morris. En el comienzo de la historia. —aclaró Matías

—¿Vos le diste aspirinetas a este pibe, José? —preguntó Jorge

— No, no… todo lo que tomó este pibe es responsabilidad exclusiva suya. —se sinceró José

—Matías, larga lo que estás tomando. Estamos hechos mierda. ¿Qué carajo hacés vestido de pastor evangelista? —consultó Carlos

—“¡Pare de Sufrir! “. —contestó Matías cagándose de risa.

—Matías no da el momento Café Fashion. Ponete las pilas que nos están cagando a tiros. ¡Llamá a alguien! —contestó desafiante Carlos

— Tranquilo Charlie, déjamelo a mí. —contestó con aplomo Matías.


El Héroe de Marte


Matías se abrió paso entre los escombros y encaró desafiante a las trillizas. Los amigos imploraban desde el suelo que todo terminara. Tenían las ganas de vivir de Kurt Cobain escuchando a Kenny G en un Dodge 1500. El lugar era la nada misma. La onda expansiva del ataque policial había alcanzado los peajes de Hudson y la Ricchieri. En la lejanía se vislumbraban las siluetas de las trillizas. El polvo no permitía ver mucho, pero lo que se veía a por lo menos dos metros era un síndrome de Diógenes[14] bíblico. Igual todo esto era sólo el preámbulo de algo mucho más grande, incluso más grande que la vida misma. Un ruido ensordecedor ganó las frecuencias humanamente audibles, como un flashbang del más allá y paralizó a los presentes. Las trillizas comenzaron a realizar movimientos espasmódicos e irregulares sin entender el por qué.


—¿¿Qué hacés?? —preguntó Tulita

—Casting para ser la Muda de Cadena Nacional, boludo. No tengo ni idea qué hago es inconsciente y vos también lo estás haciendo. —contestó algo enojada Alexia 3.0

—¿Qué es eso? —preguntó Mireya 1943

—Un Síndrome de Diógenes bíblico. —contestó la copada de Alexia 3.0

—¡No, boluda! Eso. —indicó Mireya 1943 señalando la figura que escapaba de la luz

— ¿Qué hace Victor Sueiro acá? ¿No atiende en el Uritorco ahora? —preguntó Tulita


Pero no, no era Victor “adivinaquénovi” Sueiro. Era Matías que como Leonardo Simmons venía saltando como loco en dirección al peligro. Matías no sólo tenia ahora una AK 47, venia perfeccionado con un morral táctico lleno de explosivos plásticos y una ración de chimi; porque a él la muerte le sabe bien.


— ¡Da la cara, logi! —exclamó Mireya 1945

—¡Te voy a dar la cara, el dni y la SUBE, soplapito robotizado! —contestó Matías

— ¡De a uno muerto, Mano a mano! —pidió Tulita

— Si estoy solo, maraca. Aguanta los trapos como la Guardia Imperial ¿o no te da la nasssta?


Pero no estaba sólo. Lucas, el Sr. Alvarez, el agente de la sinarquía sindicalizada universal estaba detrás de él. Presto a morir por la causa nacional y popular… y galáctica.


—No Matías, aca están los Racing Stones, la 95, La Rúben Paz, la… la que se te ocurra amigo. —dijo poderoso Lucas

—¡Lucas!....¡¡¡pelotudo!!! Cuando arreglemos este kilombo en el que nos metiste la seguimos pero ahora haceme la segunda que tenemos que comernos a estos travas. Momento. Tenemos que… ayuda. —replicó Matías

—“Matar” es el verbo que estás buscando Matias. —sereno le contestó Lucas


Mientras los amigos discutían las distintas formas de acabar con los travas… momento. Terminar, TERMINAR el asunto de los travas, Alexia 3.0 sacó un cañón de 456 mm y disparó un coso re poderoso que no tengo idea cómo describir pero que se imaginarán que destruía cosas.


—¡Fusionémonos! —pidió Matías

—¿De qué hablás? —preguntó Lucas

—Dragon Ball[15] boludo, ¡¿de qué voy a hablar?! —exclamó Matías

— Yo miraba Caballeros… —empezó a responder Lucas

— Manga de pelotudos, ¡aguante Evangelion! —gritó desde el piso y agónico Jorge… y todavía con ganas de cagar.

—Bueno a la mierda todo. — dijo Lucas


Lucas miró para atrás y dio la señal de avance. Las 62 organizaciones cgtnautas bajaron de una nave nodriza de la san puta, llena de luces de neón abajo del chasis y caño de escape libre, y comenzaron a marchar a paso redoblado, alla 1943. Las trillizas empezaron a desplegar todo su arsenal. Estamos hablando de guerra bioquímica y derivados. Bombas de fósforo blanco, anthrax mejorado, paco en forma líquida y un sinfín de cosas que te gustaría tener cuando te dicen que tenés que ir a misa un domingo de enero a las 8 de la mañana con 40 grados de temperatura en el medio de una isla del Caribe con 4 modelos de Sport Illustrated y barra libre. Las 62 organizaciones cgtnautas respondieron con lo suyo, más humilde porque habían desfalcado todo lo que tocaron pero algo había quedado. La batalla duró cuatro días. Matías, Lucas, Jorge, José y Carlos miraron todo con asombro. Como esas películas que cuando terminan decís que están buenísimas pero no entendiste una goma. Como “Lost Highway” o “Esa Maldita Costilla”.


—¿Quedó alguien? —preguntó José

—El forro ese del Suboficial Gonzalez, no se muere nunca. —iIndicó Carlos

—¿Están todos bien? Tengo que volver a la nave que me dejé las llaves de casa adentro. — preguntó Lucas

—Sí, me faltan cuarenta y cinco mitocondrias pero tiro un rato más… —contestó Carlos

—Yo estoy bárbaro. No sé qué carajo me hicieron en el laboratorio pero tengo unas ganas de instalarme en el poder y no largarlo más que no me lo logro explicar. —respondió Matías

—Yo me constipé. Nunca fui más feliz en la vida. —se sinceró llorando de alegría Jorge.

—¿Alguien sabe qué pasó con Timoteo? —preguntó Carlos

— Timoteo volvió a su hogar. —contestó Lucas

—Je, ¿Quién es, silversurfer[16]? —preguntó Jorge

—El hermano. —contestó Lucas

— Mira vos. ¿Y ahora que se supone que pasa? —preguntó Matías

— Es domingo, hay que ir a votar. —sentenció Carlos

[1] Mutantes de ficción. Gente mejor a nosotros (¿)


[2] Show televisivo que muestra las peripecias de la cordura para subsistir.


[3] Misil francés


[4] Psicoestimulante. Para cuando el cuerpo necesita un golpe de timón después de ver la defensa de Boca o el ataque de Temperley (¿).


[5] David Lynch, director de cine. Sujeto con problemas para controlar el uso de drogas recetadas.


[6] Raza extraterrestre de la serie Star Trek. Gente con mayores problemas que David Lynch.


[7] Ladri.


[8] Los “malos” de Robotech, animé japonés de la época en que todavía los niños nipones no alcanzaban el grado de asesinos seriales con poderes sobrenaturales.


[9] Villano en “El Perfecto Asesino”



[11] La formula es secreta (¿)


[12] Decepticon de la serie animada Transfomers. Amigo de los niños.


[13] Histórico mecánico del automovilismo nacional.


[14] Esa gente que acumula cosas en la casa y querés llamar a la policía para que la exilie (¿)


[15] Seguidilla de Series animadas japonesas


[16] Extraterrestre caído en desgracia.

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