En busca del Buzz
- Martín Rodríguez Ossés
- 20 ene
- 6 Min. de lectura
Actualizado: 24 ene

Aquella tarde Clive Bissell -Bex para sus amigos- no podía contener la bronca. Arrojado a la locura discutió con su esposa, Sue, por la impotencia de saberse derrotado frente a los Buccaneers, uno de sus grupos rivales. Ella no podía entender sus decisiones o siquiera sus motivaciones. Bex no tenía una respuesta racional para ello y no parecía buscarla. Él necesitaba ”the Buzz”, la pulsión excitante de la violencia, un fix (dosis) para un estado de satisfacción que lo abandonaba.
Bex no era un marginado ni un paria. Todo lo contrario; era un exitoso agente inmobiliario cuyo grupo social era sumamente heterogeneo: blancos, negros, cristianos, ateos, exitosos y no tanto. Su grupo era la Inter City Crew (ICC); una de las tres facciones de la ficticia barra brava o firm del West Ham United que refería a la muy real Inter City Firm que protagonizó varios titulares en los periódicos de Europa.
Bex (Gary Oldman) es el protagonista de The Firm, una película televisiva británica de la BBC emitida en 1989 que tuvo una secuela cinematográfica en el año 2009. Pero Bex sobrevivió a la pantalla televisiva. Y se multiplicó. Los Bex de nuestros días eligen otras pantallas para continuar persiguiendo “The Buzz”. Logueados en X, o en foros virtuales, dirimen su día a día atrapados en una falsa entropía digital.
Enganchados en el algoritmo, los ciudadanos, sin distinción de estrato social, se arrojan a la indignación alimentados de verdades a medida, conspiraciones y mentiras flagrantes con la imperiosa necesidad de hacerse de dopamina encolumnados en una doble vía ahistórica de autoafirmación: tener razón y pertenecer.
Esa pulsión de violencia encuentra correlato en una realidad sociopolítica que ofrece líderes que asumen las características de un “top boy”, un líder de las viejas barras inglesas.
Nuestros Bex, un sujeto social que nos convoca a todos por igual día a día, son sujetos loopeados; conviven en un ciclo de reafirmación e indignación que los agrupa para dividir. Repiten una división de átomos: presionados para explotar.
Lo que vivimos en nuestro nuevo ecosistema es un reduccionismo cognitivo: insumos que se presentan informativos que no son más que posicionamientos engalanados, con emisores (de diversa naturaleza) que buscan presentarse como una objetividad buscada. Son sastres de la información trajeándonos la realidad con verdades a medida.
Esta situación construye personajes como Clive Bissell, los clona. Esa nueva identidad reclama para sí un comportamiento gregario. Y como tal, un líder carismático.
En 1996, escrita por Mark Waid e ilustrada por Alex Ross, DC Comics editó Kingdom Come; una obra maestra ganadora del premio Eisner de 1997. Allí, un sacerdote llamado Norman McCay es guiado por el Espectro -un ser que sirve de agente de la ira divina- y tienen como propósito observar al mundo colapsar en un enfrentamiento feroz entre entidades superpoderosas.
En aquel mundo habían florecido los meta-humanos, un grupo de antihéroes dotados de superpoderes en un escenario donde los superhéroes clásicos habían quedado vetustos y sobrepasados. Se habían replegado porque ya no eran elegidos por la sociedad. No tenían propósito, misión. Era un mundo en el que reinaba la violencia. Una violencia celebrada. Casi agradecida.
En Metrópolis, la ciudad conocida por albergar las aventuras de Superman, esos meta-humanos reinaban porque el ser humano reclamó “(...) una nueva raza que se enfrentara al futuro por ellos”. Norman nos explica que los viejos héroes ya no están. Ahora reinan sus hijos y nietos. Ellos no luchan por el Bien, simplemente luchan. Y sentenció: “Se pelean pero nadie se opone. Porque son nuestros protectores”. Nuestros top boys. Entre ellos estaban Alloy, Gigante gentil y Americomando. Pero el mayor top boy era Magog, el héroe que asesinó al Joker y acabó con su locura. Magog lideraba a su “Batallón de la Justicia” e infundía terror.
Las otras ciudades fueron protegidas por viejos superhéroes -como Flash, Green Lantern o Batman- que adoptaron una estrategia panóptica, omnisciente y, en algunos casos, fascista. Estando “arriba de la situación” todo el tiempo, en todo lugar. También eran top boys.
Con el mundo comenzando a descomponerse a velocidades inusitadas, la vieja guardia de superhéroes -encabezados por Superman y Wonder Woman- decidió poner orden. Pero no todos estaban de acuerdo. Hay un diálogo muy representativo sobre la relación entre hombres y dioses -los gobernados y sus gobernantes, sus elites-, entre Batman y Superman. El primero controlaba Gotham como un estado parapolicial; con androides circulando día y noche la ciudad. Asustado por la formas adoptadas, Superman cuestionó a Batman quien replicó: “No queremos gobernar el mundo, sólo queremos arreglarlo… a nuestra manera..” y finaliza “Lo único que me preocupa de sus soluciones (la de aquellos con superpoderes) totalitarias… sucias y rápidas… es si yo seré el primero al que reformen”. No estaba muy equivocado considerando que los héroes de la vieja guardia construyeron un gulag para los descarriados.
Magog y Kingdom Come no son los únicos referentes de una época. Podemos citar también a Manchester Black en “What's So Funny About Truth, Justice & the American Way?” de 2001. Y si avanzamos encontramos también una absurda fascinación en los personajes de Homelander (The Boys, 2019) y hasta en The Joker (2019). No debería llamar la atención que la versión argentina del Joker sea un barra brava (Joker: The World, 2021).
Es 2025 y en nuestro sistema internacional comenzamos a encontrarnos con un número significativo de top boys. Algunos desde sus capacidades, otros desde sus potencialidades.
Ese modelo de liderazgo tiene eco en todo el globo y no distingue entre izquierda o derecha. Es un mundo que abandona su estatalidad; es un mundo de nombres propios parados en un paravalanchas consagrado a la épica.
Concentran poder para un conjunto de Bex alrededor del mundo que abraza múltiples problemas y demanda soluciones mágicas al instante por la espectacularidad y fugacidad de los eventos. Pero sobre todo, su constante publicidad: cambio climático, migrantes, terrorismo, crisis económica, referéndums, conflictos latentes, guerras híbridas, etc, etc… todo, todo el tiempo. Renovando la crisis tweet a tweet.
Son individuos sobrepasados. Son marginados pero no desde la formalidad de un índice económico sino desde una temporalidad que encuentran ajena. Una perversión de una promesa tácita: un progreso virtuoso sin sacrificios. Vociferan un reclamo: ¿porque soy yo el que tiene que cambiar? ¿Por qué me empujan para hacerlo?.
Es un reclamo que esconde una batalla entre identidades, la del globalismo universalizante vs. los nacionalismos reivindicativos. Y los segundos ven en los primeros un proceso que desdibuja la propia ontología de su identidad: qué es lo que los hace diferentes ante un otro.
Estamos ante un escenario que encierra la siguiente contradicción: uno en el que vuelven los caudillos que los Estados vencieron, para defender la soberanía y la identidad (de los Estados) que el globalismo amenaza.
Este modelo de caudillaje tiene asidero teórico en el trabajo de Robert. W. Cox (“Social Forces, States and World Orders: Beyond International Relations Theory”, 1981) quien visualiza en este tipo de líderes, entidades de múltiples naturalezas; reúnen una triple condición: Son Institución, Materia e Ideas. Claro que Cox, como teórico de la escuela crítica, pensaba en estos líderes desde un abordaje mucho más optimista, transformador.
Para Cox, los individuos o grupos tienen la capacidad de resistir una estructura histórica imperante. Ésta es un marco expresado en una “combinación particular de patrones de pensamiento, condiciones materiales e instituciones humanas que tienen una cierta coherencia entre sus elementos. Estas estructuras no determinan las acciones de las personas en ningún sentido mecánico, sino que constituyen el contexto de los hábitos, presiones, expectativas y restricciones dentro de las cuales la acción tiene lugar”.
En las estructuras históricas interactúan tres categorías de fuerzas (potenciales): capacidades materiales, ideas e instituciones. Las capacidades materiales pueden ser expresadas como capacidades tecnológicas y organizativas o como recursos naturales que la tecnología puede transformar. Las ideas se organizan en dos: a) significados intersubjetivos, son nociones compartidas que tienden a perpetuar los hábitos y las expectativas de comportamiento; y b) imágenes colectivas del orden social (puntos de vista respecto de las relaciones de poder existentes, o sobre la justicia, por ejemplo). La institucionalización es una forma de estabilizar y perpetuar un orden particular. Reflejan las relaciones de poder existentes y promueven imágenes colectivas consistentes con éstas.
De esta forma, los nuevos liderazgos son tanto vehículos como depositarios de tres fuerzas transformadoras que expresan en este caso una paradoja: la resistencia a nuevas nociones compartidas, a nuevos consensos; a través de plataformas tecnológicas cada vez más intrusivas que intentan renovar una institucionalización perdida a manos de proyectos globalizantes.
El presente es un modelo que pone en ebullición al sistema porque debilita las certidumbres encausadas desde los aparatos burocráticos y la institucionalidad de los Estados. Por el contrario, celebra liderazgos en cuyos personalismos reside una contingencia ilimitada. Top boys presos de su individualidad, de sus emociones, virtudes y miserias.
El futuro próximo ilustra una multiplicación de estos liderazgos. Demandado en primera instancia por la incapacidad de las élites desplazadas en construir una nueva y superadora institucionalidad; y en segundo instancia, porque estos escenarios premian líderes estables (que garantizan esa estabilidad a partir de violentar las instituciones y normas arraigadas) que respondan a consolidar un status quo.
Son representantes de una solución hiperviolenta que ofrecen un fix (dosis) para los yonkis de la modernidad. Y la peor lectura posible es considerar que ese yonki es un criminal cuando es un enfermo. Si la arena política tradicional busca retornar un sendero virtuoso deberá mirar primero para atrás y reconocer sus falencias. No estamos en un paréntesis de la Historia.
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