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La noche de Wisconsin

El cigarrillo se iba consumiendo de a poco. Lo había prendido hace 3 minutos y sólo le había dado 2 pitadas. Prendió aquel Marlboro más por instinto que otra cosa. Hacía tiempo se planteaba hablar con alguien para superar su problema de ansiedad pero… no había con quién hacerlo. Miraba su alrededor estudiando cada asiento, los 5000 existentes en aquel colosal recinto. Buscaba, naturalmente, la uniformidad de los trajes negros y rasgos significativos en la fisonomía de aquellos. Ya su ojo se había entrenado a detectar a los miembros de seguridad y hasta jugaba a descifrar en qué unidad y misión se habían desempeñado en el pasado. Parte de su entrenamiento consistía en estudiar un dossier al respecto y se había maravillado con la cantidad de Rangers que se habían pasado al sector privado. Afortunadamente para él, los rostros en aquella fila 9 eran más que favorables; toda una familia de Wisconsin se había hecho presente con el fervor de tener a su representante en las primarias del partido republicano. El marido, que por los gritos de la mujer se llamaba George, debía pesar unos robustos 100 kilos y lucía una camisa ridícula amarilla. Sacha tuvo la fortuna de encontrarse justo a la derecha del tal George, porque su elección de vestuario fue realmente escandalosa. Pasó casi 2 horas en el Walmart buscando un atuendo acorde para semejante noche pero lo suficientemente barato para dar justo en el perfil. No era necesario, pero una parte de sí seguía convencido que debía jugar a ser otro. Sacha tenía una cara realmente común, nada en él llamaba la atención pero en el afán de mimetizarse, él creía que además de su talento se necesitaba un plus.


Faltaban sólo 2 minutos para las 21:00hs cuando el senador por Wisconsin, Ralph Morgan Baker, suba al escenario con su esposa Margaret “Maggie” Swansson y sus hijos Jerry y Bárbara. George y familia, como todo el resto del recinto, ya se encontraban en una fase de exaltación peligrosa en donde los vítores y los insultos racistas se mezclaban a los gritos. Paradójicamente en la convención sonaba a todo volumen “Héroes” de David Bowie, y Sacha pensaba si realmente esa gente tenía idea de las aventuras sexuales de Bowie en la transatlántica Europa de los 70s. Sacha, simplemente sonreía y asentía con la cabeza. “Idiotas”…

La Presidente del Senado, Margaret Bridtch, hizo las introducciones pertinentes y Baker se presentó en el estrado bajo una estruendosa ovación. Visiblemente afectado por tamaño recibimiento, le costó varios segundos poder siquiera saludar al público e hizo uso y abuso de su pañuelo para secar la transpiración. Sí, las luces hacían lo suyo pero aquello era una visible muestra de sano nerviosismo. Sacha miró por algunos segundos al senador mientras aplaudía. Luego desvió la mirada a sus hijos y su cínica sonrisa se esfumó.


-¡Buenas noches a todos! Es un inmenso honor para mí y los míos estar aquí con Uds, Milwaukee. -Comenzó agradeciendo el senador.


Sacha seguía mirando al pequeño, como buscando alguna forma de evitar aquello. El pelo milimétricamente peinado, claramente, por su madre Margaret. Su traje de domingo sin una sola arruga y el detalle del diente caído con el que cualquier asesor sueña para someter a las cámaras y ganarse el corazón de las madres de todo los Estados Unidos.


-¡Hoy es una gran oportunidad mis amigos! América nos necesita unidos y decididos. Los pasados meses hemos sido testigos del daño causado por las decisiones del presidente Johnson. ¡América no puede quedarse callada ante los atropellos de las libertades en ninguna parte del mundo! -Exclamó Baker


Con el recinto en plena efervescencia, Sacha no dejaba de aplaudir. Los insultos e improperios a Johnson alcanzaban parámetros increíbles y podría jurarse que había material suficiente para hacer un manual de discriminación de centenares de hojas.


-¡No debemos bajar los brazos! ¡Volveremos a llevar a América donde pertenece! -Continuaba Baker


Y Sacha se cansó de mirar.


-¡Volveremos y restauraremos los valores norteamericanos! Daremos el derecho a abortar a todas las mujeres del… -Baker se interrumpió. –Disculpen, he querido decir que cada mujer es dueña de su cuerpo… perdón. Por favor, un vaso de agua.


El oso George no podía creer lo que había escuchado. Al igual que las miles de personas allí presentes.


-Les pido disculpas a todos pero eso no ha sonado igual que lo que tenía en mi cabeza. Agregó con una sonrisa nerviosa Baker. –Es tiempo de darle a este país una nueva dirección. Y, juro por mi familia, que continuaremos asistiendo al terrorismo… no… no.


Margaret se acercó y le preguntó a su marido qué había sucedido, si se encontraba bien. Pero para George, Jennifer y Susan en la fila 32 o Gregory en el palco, ya nada sería igual.


Sacha se había cansado de mirar.

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