Todo a Ganador (preview)
Capítulo 17
El partido aún les regalaría otro momento para el recuerdo. Tras el impecable gol calamar, Marañón miró al banco de suplentes para estudiar la situación y ver si un cambio podría darle una inyección de vitalidad al equipo; como dirían los comentaristas de hoy, un revulsivo. La verdad que el paneo de Marañón fue más triste que la infancia de Dumbo y terminó por llamar a Medina. Medina era directamente una historia clínica de esas que se estudian en las universidades extranjeras para el otorgamiento de medallas al mérito o directamente un Nobel. Pero si respiraba y se mantenía en pie servía porque el condenado ese medía 1,98. Y el Cachi Marañón no lo dudó y llamó a un costadito a Gorletti:
―Escuchemé, pibe. Faltan cinco minutos. Vamos a hacer dos cosas: le pega al arco a la primera de cambio o me tira el centro buscando la cabeza de Medina.
―Ok, le pego al arco.
―O lo busco a Medina.
―Perfecto, le pego al arco.
―…péguele al arco.
Los jugadores de Platense estaban exultantes pero sin poder bajar la guardia. Tiempo después se supo que el viaje de catorce horas desde Retiro a Viedma en el micro de la empresa Don Otto fue un cortejo un tanto incómodo. A la par del micro viajaron dos autos particulares y tres autobuses escolares con la barra de Platense entonando boleros y pop romántico con letras claras y contundentes: “♫ Si no ponen la patita, ay mamita, ay mamita ♫”, “♪ Sólo te pido una victoria, o pelamos fierros, puntas y fin de la historia ♪” y el hit del viaje (grabado para sumarse al repertorio en los Cds ofrecidos a la comisión directiva) “♫ A ver si nos entendemos los jugadores y la popular, Uds. mejor dejen los vicios o su barra amiga los va a acribillar. Pongan más huevo, pongan más corazón o es muy sencillo, una bala al riñón ♫”
Gorletti apoyó la pelota en el círculo central dispuesto a reanudar el partido. Junto él se paró Medina para cumplir la formalidad del pase. Sobre la derecha esperaba Villeguitas para correr por el andarivel y quebrar las cinturas que aún quedaran intactas con sus gambetas. Gorletti miró a Marañón y asintió con la cabeza, como diciendo “tranquilo, yo me encargo.”. Marañón levantó el pulgar confiando en la capacidad del pibe, los años de entrenamiento y formación, su sufrimiento en la pensión lejos de los padres que quedaron en Lincoln. Pero sobretodo su hambre de gloria. Medina vio esa conversación silenciosa, se dio vuelta y también asintió con la cabeza como diciendo “No sé qué está pasando pero contá conmigo”. Marañón sólo atinó a gritar en pánico ―¡No, ni se te ocurra!
Gorletti no esperó mucho y tocó para Medina que, afortunadamente, pasó para atrás en modo automático hacia el volante central. Jiménez, el jugador en cuestión, otro prodigio de las inferiores de esos que primero ponen la pelota bajo la suela y luego logran detener el tiempo para observar la superficie, tocó para Villeguitas que salió disparado como el dólar en diciembre. En medio de la vorágine de su trayecto podía ver a Gorletti ofreciéndose para el pase y a Medina que ya estaba a los tropezones intentando pasar la mitad de cancha. De fondo Marañón se persignaba. Sólo le pedía a dios que Gorletti tuviera una. El Beto también. Villeguitas tocó para Gorletti y fue a buscar la devolución. Pero Gorletti jugó con la expectativas de todos como si fuera un intendente de La Matanza y giró sobre su eje dejando parado al defensor. Levantó la cabeza y tenía a Villegas por la derecha marcado por tres defensores y a Medina a su izquierda llegando a la medialuna del área. El pensamiento colectivo de la ciudad de Viedma y adyacentes gritaba: “¡jugátela vos!” pero Gorletti le mintió a todos cuando aceleró para la izquierda y con ese movimiento desmarcó a Medina que estaba dubitando entre pedirla o sincerase con el mundo y hacerse monumentalmente el boludo. Para su sorpresa, y la de toda la vía láctea, cárnica y vegetal, Gorletti le pasó la pelota. Medina la recibió de espaldas y cuando giró vio el arco y sus 7,32 metros de ancho reduciéndose a toda velocidad. Su cuerpo inició el movimiento para pegarle con alma y vida. El proceso de sinapsis comenzó el desarrollo en cadena que permitía que su pierna derecha conectara con la pelota. Medina tenía la claridad mental con la que Einstein había transitado su año milagroso, su 1905. Pero los centrales de Platense, que se estaban jugando la vida y el acceso irrestricto al cabarulo de la ruta 8, tenían otros planes y detuvieron a Medina con falta. Miren cómo será de malo Medina que los de Platense se agarraban la cabeza porque esa pelota no podía tener otro destino que el lateral. Mientras tanto, todo el banco de River saltaba de júbilo. Incluso Medina lloraba de la emoción. No sólo le había dado a su equipo un tiro libre al borde del área sino que podía escuchar su rodilla flotando sobre líquido sinovial. ¡Otros 6 meses cobrando sin jugar!
―¡Vamos carajo! ―gritó exultante el Beto
―Es ésta, eh. Mete la pelotita o te quedás afuera con Platense… ―comenzó a decir Miguel
―Olvidate. Gorletti la clava al ángulo. Nació para este momento. Está en la Biblia. ―interrumpió Norberto
―Estoy bastante seguro que dios es hincha de Racing. No sé de qué Biblia estarás hablando. ―agregó Claudio
―¡Déjenlo solo! Nada de boludeces de jugadas preparadas. ¡Volá de ahí Villeguitas! ―le gritaba al televisor, Norberto.
―Pero tranquilizate, nabo. Lo único que puede pasar es que no ganes nada. Como en los últimos tres años. ―chicaneaba Miguel
―Chupame la pija. ―sentenció el Beto. Un poquito caliente.
José Jeremías Gorletti, agarró la pelota con las dos manos y comenzó a masajearla. Necesitaba conocer todos los secretos de esa bocha antes de mandarla a dormir al ángulo. El árbitro, el tano Panigliatti, se acercó para apurarlo. “Dale nene que me quiero ir a la mierda” - “Panigliatti asegurate de darme cinco minutos de descuento. Así nos vamos todos a la mierda.” le contestó Gorletti que tenía dieciocho años y dos huevos como un toro con orquitis.
El arquero de Platense, Bermudez, armó la barrera con siete jugadores. En su cabeza estaba fantaseando con un reglamento adulterado que le permitía agregar dos utileros más y a la mascota del equipo en esa barrera. Era aguantar un cachito pensaba Bermudez. “Unos minutitos del orto y volvemos todos en una pieza.”
Panigliatti dio la orden y Gorletti caminó tres pasos. Le pegó seco y duro con el empeine del botín justo al medio de la pelota. Los siete de la barrera saltaron por instinto y corrieron la cabeza para evitar que la pelota le desintegrara la cara. No es chiste, al dos de Rosario Central el año pasado se le borró la nariz después de un puntinazo de Garofalo, el goleador de Unión. Pero la pelota les pasó por abajo derechito hacia el palo izquierdo del arquero que no llegó a percibir que había pasado.
―¡GOOOOOOOOOOOL LA CONCHA DE TU MADRE, BOCA! ―exclamó Norberto
―Che que estoy al lado tuyo… ―dijo Miguel
―Vaaaamooooooo!!! ―grito Claudio
―¿Y vos que festejás, tarado? ―preguntó Miguel
―2 a 2 Migue… penales. P E N A L E S.
―Callensé, soretes. Esto termina antes de los “90”. ―sentenció el Beto
A Marañón le volvió el alma al cuerpo. La copa no era un objetivo menor. La plata que ofrecía pasar de ronda permitía retener a Gorletti. El pibe esa semana firmaba el primer contrato y de manager tenía a un tránsfuga más rápido que Usain Bolt con treinta y cuatro kilos de cocaína en sangre. Pero retenerlo no sólo significaba tener un crack en el equipo sino que una venta futura podía pagar la ampliación del estadio y las coimas pertinentes.
Los jugadores de Platense y River corrieron a reincorporarse a sus puestos. Panigliatti miró al cuarto árbitro y dio la seña para adicionar seis minutos más. Nunca jamás todos los protagonistas estuvieron tan de acuerdo con el adicional. De hecho los hinchas vitoreaban a Panigliatti en el súmmum de la bipolaridad. La idea de ir a penales presentaba más rechazo que un asesinato en masa de cachorros de cocker spaniels o que vuelva Cavallo al ministerio de economía. Los siguientes seis minutos fueron poco menos que bíblicos. Para ser más justos, digno de la violencia del antiguo testamento, con el dios favorito de todos, el que pone a seres humanos en pruebas dignas de un show de tv japonés.
La última jugada del partido sintetizó un poco el espectáculo fellinesco que esos veintitrés hombres estaban dando. Sí, Panigliatti no quería ser menos y estaba en modo “no voy a cobrar absolutamente nada que no sea el pitazo final”. Había más de pinball en ese campo de juego que de fútbol. Como si una máquina hubiera logrado lobotomizar a los protagonistas y regalarnos un evento benéfico para concientizar sobre la ausencia de figuras disciplinarias. Así se llegó a la última jugada en la que casi la quedan todos. Y no quiero pecar de exagerado. El servicio de emergencia médico de Viedma colapsó sus líneas. Despertó el llamado vocacional de treinta adolescentes presentes que aprendieron a hacer maniobras de RCP en menos de dos minutos.
Con excepción del arquero que había pateado el tiro libre, todos los jugadores estaban en el área de River. Es un recuerdo vívido para muchos argentinos. La pelota voló unos sesenta metros hasta el primero de los seis cabezazos consecutivos que le siguieron. Todos en un radio de cinco metros cuadrados. Todos ejecutados por jugadores de River; lo que facilita describir la desesperación del Beto que gritaba como adolescente pudiendo atestiguar el futuro y el concepto de maternidad: ―¡SACALA!
Pero para su desgracia la pelota estaba imantada al área riverplatense. El último cabezazo del segundo central cayó justo sobre la medialuna del área, donde Caledini, uno de los volantes calamares de sorprendente cuidado capilar, le pegó con alma y vida. La pelota salió disparada con dirección al arco con una velocidad astronómica. Afortunadamente se cruzó con la humanidad de Villeguitas que puso su cuerpo y sus treinta y cuatro kilos mojados como sacrificio. De más está decir que Villeguitas hoy tiene un ano contranatura gentileza de Caledini. Al remate de Caledini le siguieron unos tres más con igual final. Todos jugadores de River iniciándose en un masoquismo prematuro. El reporte médico final indicó fracturas múltiples y un cambio de sexo inducido pero bien valió la pena porque evitaron el gol. Pero la frustración de toda la parcialidad de Platense fue tan contagiosa que hasta Panigliatti largó una puteada mientras pitaba el final del partido y el pase a la tanda de penales.
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