Donald Trump y la Academia
Publicado originalmente en https://www.facebook.com/Federatsia/
La noche del 5 de febrero de 2017 no pasaría desapercibida para la inmensa mayoría de las familias estadounidenses. Mientras disfrutaban de la quincuagésima primera edición del Super Bowl que enfrentaba a los New England Patriots y los Atlanta Falcons, el entretiempo los encontró observando la primera entrevista en cadena nacional al recientemente elegido presidente Donald Trump. Y dicha entrevista dejó el tendal.
Ya la victoria de Donald Trump había desatado una tormenta de análisis en las que su retórica y sus constantes diatribas protagonizaban la tapa de todos los portales. Y la Academia no quedó fuera de este fenómeno. Aquí me gustaría abordar sobre cómo la Academia estadounidense aborda la relación Trump/Rusia a partir de los lugares y roles que se les adjudican. Lo notorio aquí es que la inmensa mayoría de los analistas y expertos estadounidenses toman una posición subjetiva cayendo más en la elaboración de notas de opinión que en estrictos análisis del sistema internacional. Hablan desde la estupefacción. La realidad es que la Academia está escandalizada porque desde su punto de vista Trump busca trastocar los cimientos sobre los que Estados Unidos se ha erigido como “compás moral del mundo”. Ahora bien, como se verá más adelante, esta tendencia tiene sus propios resortes.
La gota que rebalsó el vaso se dio cuando Bill O’Reilly de la Fox news (1) entrevistó al presidente Trump en el ya famoso entretiempo del Super Bowl. En ella se dio el siguiente diálogo:
-Bill O’Reilly: ¿Respeta Ud. a Putin?
-Trump: “Si lo respeto. ¿Me llevaré bien con él? No tengo idea, es muy posible que no.”
-O’Reilly: “Él es un asesino, sin embargo. Putin es un asesino.”
-Trump: “Hay muchos asesinos. Nosotros tenemos muchos asesinos. ¿Qué, Ud. cree que nuestro país es tan inocente?
La controversia que generó esta entrevista fue muy grande y planteó todo tipo de debates. Yo encuentro sumamente relevante dos: Primero el abordaje de casi todo el arco mediático norteamericano sobresaliendo las bondades de los valores norteamericanos. El segundo, y muy interesante, la del “Whataboutism” que sugirió Jake Sullivan en la prestigiosa Foreign Policy (2). Jake Sullivan fue asesor de seguridad Nacional del vicepresidente Joe Biden y Jefe de Personal de Hillary Clinton. El Whataboutism es un término que acuñó Edward Lucas, el viejo jefe de The Economist apostado en Rusia durante la era soviética. Podría ser traducido como “Pero qué hay con”, es decir la política de replicar una acusación con otro interrogante minimizando y desviando el foco o el quid de la cuestión. Según Sullivan, Trump está replicando una política de buckpassing (pasar la pelota) inmoral porque iguala a los norteamericanos con prácticas de irresponsabilidad y podemos pensar que apunta, en otros términos, a mellar la capacidad de accountability que tiene la administración Trump. Es decir, la dinámica que Sullivan observa es la de un actor que busca frenar la capacidad que tienen los distintos actores domésticos para auditar la presidencia. Pero, en última instancia, retomamos siempre al excepcionalismo norteamericano y a una posición de liderazgo moral que descansaría sobre el siguiente lema: “Somos imperfectos pero nos regimos por principios (y nuestros principios son mejores que los del resto)”. Este excepcionalismo tiene un abordaje mucho más preciso e interesante cuando se rescatan las bases de Tocqueville y Lipset en el trabajo de Luis Bueno Ochoa (3).
La relación de los Estados Unidos con Rusia fue y será siempre, sistémicamente, de confrontación, por empezar, por la visión que cada uno tiene de sí mismo. De cómo cada cual entiende su ethos: Los estadounidenses se entienden cualitativamente diferentes del resto: Existe en su republicanismo una síntesis superadora en la conformación de las naciones; y por ende, la conducción de los destinos del sistema internacional les corresponde. Por otra parte, Rusia es una nación que se concibe ineludible. Es una nación que no puede dejarse de lado en la discusión de los temas centrales de la agenda internacional. A propósito de la identidad rusa, el Lic. Marcelo Montes ha realizado un muy buen paper (4). Es decir, la confrontación entre ambas aspiraciones es obvia y natural. Y aquí es cuando comienzan a entrelazarse las lecturas de las distintas escuelas teóricas. La natural conflictividad realista y la forjación y reformulación identitaria del constructivismo.
Esta confrontación no necesariamente debe darse en un campo de batalla tradicional, tanto es así que el escenario presente se desarrolla en los medios de comunicación. Podemos leer en redes sociales y diarios de todo el mundo cómo las cadenas de comunicación son denunciadas como instrumentos de propaganda que buscan debilitar las estructuras vigentes (cualesquiera sean). Hoy, por ejemplo, Europa se encuentra inmersa en el debate sobre sus sistemas de sufragio que pueden (según se denuncia) verse cautivo de la instigación rusa y sus cyber ataques. Recordemos que los Países Bajos, Francia y Alemania celebran elecciones claves este año*. Naturalmente esto tiene su contrapartida. Nosotros en Latinoamérica lo hemos reproducido en distintas instancias. Quizás el ejemplo más claro se da en Venezuela con las denuncias del ya difunto Hugo Chávez y el hoy presidente Nicolás Maduro sobre las injerencias de la cadena CNN. Pero se dio, da y dará en la inmensa mayoría de nuestro subcontinente.
El problema que desata o dispara la rispidez de esta relación en concreto, con Rusia superando su condición soviética, está dado por cómo cada uno entiende los puntos de partida. Es decir, quien protege un status quo y quien es revisionista del mismo. En teoría de las Relaciones Internacionales este estudio viene de la mano de la escuela neorrealista; pero sólo se centra en cómo los actores contribuyen al principio de autoayuda y la lectura de amenazas e intereses a partir de elementos materiales (temas militares y económicos) para definir el equilibrio de poder. Entiendo que va más allá de eso (es decir, no es sólo eso) en línea con las escuelas críticas, especialmente el constructivismo que incorpora las Ideas y las Identidades. Estados Unidos entiende a Rusia como una Nación que enfrenta la cosmovisión liberal, democrática y republicana postulando un autoritarismo paternalista. Rusia entiende a Estados Unidos como un actor que ha desvirtuado el postulado de primus inter pares para establecerse como un abusador de pares. Pero aquí es donde se produce el siguiente problema: cuando ambos entienden que hay un actor que ha modificado el equilibrio consensuado. Y ese consenso no tiene bases, no es tal. Porque claramente las organizaciones internacionales no reproducen tal consenso (En línea con el pensamiento de John Mearsheimer y los ejercicios de poder enmascarado en la institucionalidad supraestatal (5)). En definitiva, no hay reglamento sobre el cual discernir qué es status quo y que es revisionismo. Esto permite la reproducción de la conflictividad y la incapacidad de ciertos actores de redefinir al otro en términos positivos.
Para culminar no quiero dejar de lado el carácter eminentemente estadounidense que tiene la disciplina de las relaciones internacionales. Las principales escuelas y teorías han nacido en su seno y la academia ha sabido construir desde su ejercicio teórico gran parte de la realidad sobre la que el sistema internacional se apoya. Por ello, los académicos ven en Trump un factor desestabilizador de su propio edificio científico; de esa religión política de la que hablaba Tocqueville.
*En los Países Bajos no logró la victoria el candidato de la extrema derecha. Quien los medios occidentales presentaron como la preferencia de Rusia.
(1) http://video.foxnews.com/v/5311416183001/?#sp=show-clips
(2) http://foreignpolicy.com/2017/02/07/the-slippery-slope-of-trumps-dangerous-whataboutism-russia-putin-american-exceptionalism/
(3) http://www.rtfd.es/numero10/13-10.pdf
(4) http://sedici.unlp.edu.ar/bitstream/handle/10915/40899/Documento_completo.pdf?sequence=1
(5) John J. Mearsheimer, The Tragedy of Great Power Politics (New York: Norton, 2001).