Compañías tecnológicas privadas (CTP):¿Un nuevo sistema o un nuevo actor?
Con la emergencia de actores globales, cuya naturaleza no tiene raíces en el orden material (al menos desde lo físico), sino en el digital, entramos en una era en la que el sistema internacional pareciera haber encontrado un nuevo dominio de competición y/o conflicto. Me refiero a aquellos actores como Alphabet, Amazon, Meta, X (Twitter), Microsoft, Tik Tok y un largo etc. Nuevas unidades que disponen de un capital que tiende al infinito: información, conocimiento. No solo eso. Se ven favorecidos por un marco regulatorio que corre detrás de su expertise y que francamente está muy lejos de entender qué hacen realmente. Prueba de ello son las reuniones en las comisiones estadounidenses donde los congresistas pasan vergüenza ante los entrevistados.
Entre sus recursos de poder está la capacidad de manipular el discurso público al orientar y/o censurar la narrativa de los acontecimientos; pero sobre todo, la capacidad de formar identidades al corregir los insumos de información y conocimiento de los usuarios: hay una restricción de su personalidad al estar orientadas por algoritmos hiper personalizados que reafirman sesgos de confirmación -en el plano narrativo e ideológico- y una instancia de consolidación de preferencias materiales que pueden confirmar el primer elemento, por ejemplo: que el algoritmo inunde de publicidad publicaciones físicas (libros, revistas) que limite las preferencias del usuario a temáticas que rápidamente se encuentren sobreexplotadas (leer más y más siempre de lo mismo) o que sean plataforma para ello al ser cobijo de bot farms (granjas de bots) que saturen de información o dirijan la conversación hacia un sentido en particular.
Sin lugar a dudas es una cuota de poder con la que las unidades políticas sueñan. Pero cabe preguntarnos, ¿representan un peligro para el sistema internacional en su concepción estatocéntrica? ¿Estamos ante un cambio sistémico?
Primero deberíamos estudiar qué capacidad tienen estos nuevos actores de desempeñar roles y funciones de forma autónoma al poder político para erigirse como actores con cierta legitimidad, es decir, con una reconocimiento como pares en la arena política.
Si bien la naturaleza de estos actores se encuentra en lo que podemos denominar dominio digital, no podemos desconocer que conservan una matriz “material”: como sujetos jurídicos se desarrollan dentro del marco regulatorio estatal; como empresas y emporios económicos siguen siendo dependientes del flujo de resortes materiales como los semiconductores, los fletes marítimos (barcos), terrestres (camiones, trenes), aéreos (aviones, drones), los teléfonos, las computadoras, diversos dispositivos, etc. Es decir, un sin fin de elementos físicos y materiales que entrelazan a estos sujetos con los actores decisores sobre los mismos: los Estados. Y, sin ir más lejos, aquellos que componen los directorios no dejan de ser ciudadanos de esos Estados que, hoy, permiten su propia evolución.
Aun así, su capacidad de atracción y cooptación de los ciudadanos ejerce un poder enorme que compite con los Estados porque disputa con ellos la construcción de la identidad; menoscabando la capacidad estatal de construir y dirigir usos y preferencias. El gran interrogante es cuándo lo que puede entenderse como una herramienta pase a ser una sociedad necesaria y sea menester para sostener los capitales políticos de los gobiernos nacionales, y, así, transformar el interés nacional en otra cosa.
La otra pregunta relevante es qué capacidad tiene realmente estos nuevos actores de tomar distancia del control de los Estados. ¿Pueden desobedecer sus marcos normativos y constituirse como rogue-units en este caso? ¿Tiene una capacidad de chantaje real para romper la relación de subordinación?
Ian Bremmer se pregunta: “Pero si el espacio digital en sí mismo se convierte en el escenario más importante de la competencia de las grandes potencias, y el poder de los gobiernos continúa erosionándose en relación con el poder de las empresas tecnológicas, entonces el orden digital en sí mismo se convertirá en el orden global dominante. Si eso sucede, tendremos un mundo poswestfaliano, un orden tecnopolar dominado por las empresas tecnológicas como actores centrales en la geopolítica del siglo XXI.”
Este no sería un escenario que tendría vestigios cyberpunk alla “Blade Runner” el mundo en donde la Política habría colapsado y las personas ya no serían ciudadanas sino meros usuarios de insumos. Sería un orden de actores que simultáneamente se encuentren dentro y fuera del sistema. Otra pregunta interesante sería pensar si este nuevo orden global encontraría respuesta a la “Anarquía del Sistema” o la superaría instaurando a las empresas como regentes y a los gobiernos como actores secundarios o quizás en una versión más verosímil, como espacios de poder donde el gobierno sea un agente de la empresa y la relación de lobby se de vuelta: los gobiernos persiguiendo legitimidad/narrativa/relato o capital político a cambio de tecnología.
El papel de las grandes empresas ya tuvo su correlato histórico en alguna medida (de la mano de Cayo Cilnio Mecenas), con las grandes fortunas financiando no sólo los ejércitos de los Princeps sino tejiendo una red de escribas que permitían el sostenimiento de la figura de Cayo Octavio por ejemplo. Y sin embargo, esa misma burguesía en todas sus facetas se convirtió en un actor político sistémico. No existió una Liga de las Fortunas que se desarrollara por fuera de los liderazgos políticos de sus eras o siquiera de sus modos. Siempre en el fondo se trató de la capacidad de ser reconocido como un par. De tener un asiento en la mesa.
Quizás una versión cercana al ideario de Bremmer sería la de un sistema con Estados en formato de alianza patrocinados por grandes empresas que las provean de una identidad colectiva nueva y el acceso a tecnologías de punta. Pero aún así ese poder digital estaría subsumido al poder político.
Otra cuestión es vislumbrar si ese orden tecnopolar vendrá de la mano de líderes tecnocráticos que se pongan por encima de sus identidades corporativas (Elon Musk, Tesla-SpaceX; Zuckerberg, Meta); o sí serán unidades cuyo poder se encuentra más licuado (Alphabet y su CEO, el “desconocido” Sundar Pichai). Otro elemento a considerar es la relación entre aquellos y los usuarios: Hoy, poca pero real, existe una cuota de autodeterminación en la que el usuario puede desligarse de una relación necesaria (como existe por caso con Whatsapp que pareciera ser un insumo sine qua non de esta nueva modernidad). ¿Llegaremos a una instancia en la que un número limitado de actores cartelicen los servicios impidiendo separarnos de esa relación? Lo que sí es seguro es que un escenario de líderes del tipo Elon Musk reproducirá características ya existentes con una enorme dosis de incertidumbre basado en la propia conducta (caprichos) de estos titanes de la industria y probablemente reproduzca sus propios dilemas de seguridad, alejando más a los Estados de estos personajes y consolidando el modelo actual al reforzar la racionalidad y los comportamientos de equilibrio de amenazas de Stephen Walt.
Lo que sí estamos seguros es que las CTPs pueden tener rendimientos fenomenales generando densidad (poder) acelerándose sobre su órbita y modificando su sentido pero ello no equivale a alterar su distancia:Los Estados conservan su poder gravitacional sobre estas unidades y por lo tanto su rendimiento aún sigue teniendo un techo. Este techo también viene de la mano de las relaciones entre las CTPs y las personas que, aun por el momento, siguen siendo usuarios y no más que eso. En el momento en que un ciudadano reidentifique a una CTPs como un actor de su ecosistema político allí ya no tendremos techo.
¿Pero el interés debe recaer en aquellas CPTs con capacidad de modificar preferencias y narrativas o debemos ampliarlas a aquellas que amasan enormes fortunas que rivalizan con la de los Estados (Samsung, Cisco, Oracle, Broadcom)? Sabemos que hoy no se constituyen como actores que persigan rivalizar con el Estado; pero en un escenario en el que una CPT finalmente rompe la barrera; ¿Invita su acción a la imitación? ¿El seguimiento de aquellas conductas estará dado por la tentación de ganar densidad y ocupar el núcleo o por la necesidad de no ser satelizados?
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