Siria: Malas Señales
- Martín Rodríguez Ossés
- 27 feb 2018
- 4 Min. de lectura

En los pasados días el conflicto sirio mostró graves señales por el incremento de violencia pero también por la nueva dinámica llevada a cabo por actores que ganan en protagonismo.
Tuvimos dos fenómenos que cercioran esta tendencia. El primero es la ofensiva turca sobre la población kurda en la región de Afrín hace poco más de un mes. Esta escalada supone una complicación extra para la resolución del conflicto porque pone en discusión (o al menos en aprietos) la capacidad rusa de dictar los cursos de acción en el terreno. Con seguridad significa un dolor de cabeza.
La ofensiva en Afrin es una afrenta de doble filo porque apunta a debilitar la causa kurda (comprometiendo seriamente sus aspiraciones por la ubicación estratégica de Afrín respecto a vías de comercialización de los recursos naturales de sus suelos) y porque pone un alto a la aspiración estadounidense de crear un corredor de seguridad compuesto, entre otros, por los kurdos. Ello supondría que los kurdos tengan la protección de las dos potencias centrales (Rusia y Estados Unidos). Es menester recordar que Afrín se encontraba bajo el paraguas protector de las fuerzas rusas y que rusos y kurdos tienen vínculos históricos.
La operación Rama de Olivo, así denominada, tendría una segunda fase que involucraría el avance sobre posiciones en las que fuerzas estadounidenses se encuentran presentes, como la ciudad de Manbij. La última e importante novedad sobre el asunto vino dado por la decisión del ejército sirio de entrar a la región de Afrín en apoyo a los kurdos. Esto podría significar el primer quiebre de la entente y desnudaría la peligrosa volatilidad en las aspiraciones del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, que anhela su reelección el año que viene apoyado por una coalición con el partido Acción Nacionalista (MHP). Es decir, el futuro podría presentar un escenario en el que Turquía deba enfrentar tanto en el terreno como en los escritorios a ambos referees del conflicto. Varios interrogantes se presentan: ¿Qué chances tiene Turquía de tener éxito? ¿Cómo responderán los distintos actores a una ofensiva turca si entran en colisión real con Estados Unidos? ¿Terminará Turquía aislada y, por extensión, más radicalizada? Todo indica a una mayor escalda, mayor incertidumbre y a Erdogan como un “rogue unit”.
El segundo fenómeno que despertó interés se dio hace pocos días cuando una ofensiva estadounidense en Deir al Zur (en reacción a una avanzada de milicias sirias con apoyo de la milicia privada Wagner) mató varios combatientes. Por lo menos cinco de ellos eran de nacionalidad rusa. La presencia de esta milicia es conocida pero las muertes de sus integrantes supusieron (y suponen) un dilema para el Kremlin. Los combatientes tienen vínculos obvios con el ministerio de defensa ruso pero se comportan autónomamente (como Blackwater en Irak o Afganistán). El hecho de que ciudadanos rusos hayan muerto en manos de estadounidenses tiene su último precedente en la guerra de Vietnam. Para el Kremlin, con las elecciones en pocos meses, es un tema muy sensible y naturalmente echará la mayor cantidad de tierra al asunto.
Finalmente, y a colación de lo arriba descrito, en los últimos días se constató la entrada al teatro de operaciones de los aviones de quinta generación de las fuerzas armadas rusas. Más precisamente el Sukhoi SU – 57 (anteriormente denominada PAK FA y T - 50). Esto tiene connotaciones serias porque demuestra la necesidad y la ambición rusa de poner a prueba sus nuevas armas (para equilibrar la presencia de los aviones de quinta generación estadounidenses) pero fundamentalmente porque es una señal que da Rusia de las futuras escaladas que ellos mismos esperan en la región y la necesidad de poner de manifiesto su “A-game”; su mejor versión. La puesta en acción de dicho instrumental dará grandes frutos a los rusos porque pondrá en evidencia sus virtudes y fallos sobre los que trabajar, tal cual sucedió con todas sus novedades tecnológica puestas a prueba en Siria.
Concluyendo, la política exterior estadounidense, con un Trump demandado constantemente de éxitos que revaliden su administración, muy probablemente elevará su participación en el escenario sirio y las relaciones con Turquía no parecen ser lo suficientemente importante para Trump como para llevar a cabo un estudio de la situación que provea mayor certidumbre y negociación. Recordemos que Turquía es miembro de la OTAN, consta con el segunda mayor ejercito dentro de la misma, es el mayor actor contenedor de flujos migratorios dentro del territorio europeo y hasta se presenta como un nuevo competidor en el liderazgo del mundo islámico enfrentando a Arabia Saudita e Irán. Todo ello indica que es un actor sumamente importante para el bloque occidental como para poder darse el lujo de “abandonarlos a su suerte”. Esto también vale para Rusia que logró momentáneamente atraer a su gravitación a Erdogán; y su estrategia de dominación energética tiene gran soporte en el éxito de esa sociedad.
Y todavía tenemos la potencialidad de un enfrentamiento directo entre iraníes e israelitas. No pinta nada bien.
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