“Gotham: La Luz que todo lo ilumina. Que nada alumbra”
Sombrío, lleno de claroscuros y falto de colores. Gotham y el Sistema Internacional Moderno se parecen. El sistema también tiene sus héroes y villanos. Al menos en un imaginario colectivo que, al igual que en un cómic, se escriben en viñetas; se relatan en espacios cerrados que gozan de continuidad y que varían según el autor. ¿Es posible que Gotham cambie? ¿Qué necesita para ello? Si Gotham necesita ser salvada, ¿es Batman quien debe salvarla?
Gotham (o el mundo de Batman) y nuestro actual sistema se nutrieron de eventos fundacionales traumáticos que funcionaron como catalizadores de aspiraciones y ambiciones utópicas. La primera con la muerte violenta del matrimonio Wayne en manos de Joe Chill; el segundo con la Segunda Guerra Mundial; el conflicto armado más sangriento de la historia de nuestra especie.
Gotham dio a luz a Batman quien persigue combatir y terminar con la criminalidad; nuestro sistema creó instituciones con el fin de nunca más experimentar una guerra como la vivida.
Gotham, una ciudad pérfida para con sus habitantes que conspira 24 horas para negar la luz de sol con su interminable galería de villanos y un vigilante eterno que vive en sus sombras aun cuando solo sea un farol en el cielo indicando que ronda sus calles. Una ciudad importante lindante a una metrópolis que, con una cantidad muy alta de habitantes (pensemos en Chicago por ejemplo), puede ser entendida como un lugar de callejones, de calles opresoras y edificios sin vida. Es el modelo perfecto de corrupción, cleptocracia y violencia.
El sistema internacional moderno, un mundo que toma cada centímetro como disputa de poder; tan llena de villanos cómo sus actores lo deseen. Tan llena de héroes como sus actores sean capaces de crearlos. Un ámbito que, provisto de múltiples escenarios de cooperación, se resigna a fortalecer lazos de entendimiento y, por el contrario, premia el principio de conservación. Sin una autoridad reconocida y delegada por las unidades partes, es un mundo cuya solidaridad recae siempre en un marco de competencia. Una expiación financiada en busca de un lugar en el paraíso.
Gotham y nuestro sistema actual cuentan con una figura central. En el primer caso, una figura que persiste fuera de la temporalidad lineal y 83 años más tarde continúa su lucha contra la criminalidad. Pero Batman también es Bruce Wayne. Un millonario filántropo cuya historia en los cómics (y el universo DC extendido, esto es series, películas, libros, etc.) convivió entre el aislacionismo total en sus inicios (Año Uno, 1988/The Batman, 2021) y finales (The Dark Knight, 1986/Batman Beyond, 1999) con la popularidad exuberante reproducida en otros casos (The Dark Knight, 2008). Nuestro actual sistema, por otro lado, tienen una figura central que derrotó a su némesis (URSS) para crearlo toda las veces que sea necesario (Irak, Afganistán, Rusia, China), con un aislacionismo que rompió para nunca más dejar las luces de su magnánima popularidad en una persecución por una (su) democracia liberal global.
El caso de Wayne es de extremo interés porque, si bien las iniciaciones en los casos de los héroes arquetípicos modernos se encuentran en sucesos trágicos ligados mayormente a una orfandad, en su enfoque respecto de cómo resolver ese trauma se encuentra su originalidad y también su encanto. Un encanto problemático por cierto.
Batman es una construcción en proceso. Es una identidad para sí como una respuesta hacia quienes hirieron al joven Bruce. Es una identidad para sí porque definió un norte en la vida de quien lo tenía todo (el dinero) y no lo tenía nada (sus padres). Un niño con toda la vida para ser alguien y no algo (el hijo de Thomas Wayne, la personalidad central de Gotham que proyectó la sombra más grande de todas en la cabeza de Bruce). Es la forma de control que Bruce construyó para poder con todo y todos. En The Dark Knight Rises (Chritopher Nolan, 2009) se nos da a entender que Bruce Wayne está convencido que Gotham sólo puede ser salvada por Batman. Y es una respuesta porque Batman no es una máscara, ni son sus guantes, ni su cinturón especial. No es siquiera una advertencia. Es un mensaje de terror para el bajo mundo de su ciudad. Batman es el monstruo al que le temen los monstruos. No busca reparar, busca terminar. La primera parte, le corresponde (o correspondería) a Bruce; un financista de empréstitos filántropos que sin embargo no logra ni desea modificar en absoluto con su extenso capital las condiciones socioeconómicas ni recomponer el tejido social por cuanto cabe preguntarse ¿comprometer a Bruce a un activismo mayor perjudica su actividad como Batman? ¿elige deliberadamente la violencia por sobre la solidaridad o hasta la política como acto de transformación de su comunidad?
Los Estados Unidos, como todo colectivo humano, también es un constructo en proceso. Una nación nacida para escapar del yugo monárquico y la construcción de una civilización como épica en sí misma en la conquista del oeste. Y es una respuesta ante la Europa omnipresente que perseguía continuar el control hemisférico. Esa dualidad persiste, como en todo actor central, hasta nuestros días. Con una política doméstica que al día de hoy busca resolver no tanto qué son (“líderes del mundo libre”) sino quiénes son (blancos protestantes; multirraciales) y una política exterior que insiste en poner la puntuación en cada oración nueva. Es statoquista por definición pero también es revisionista ante el mundo de una aventura iliberal que persigue “desestabilizar” el sistema.
Bruce es también tutor y padre. Tutor de Dick Grayson, Jason Todd, Tim Drake; padre de Demian Wayne. Un personaje en constante necesidad de proteger ¿o en constante necesidad de legar? Ningún hijo de Batman, natural o legal, termina bien o está bien. Su primera experiencia como tutor es con Dick Grayson, un joven a quien conoce en lo que se describe como una réplica de la tragedia de Bruce: en el circo Haly, la familia de acróbatas “Los Grayson voladores” fallece tras ser víctima de un sabotaje a manos de un mafioso llamado Antonio Zucco. El joven Dick de 8 años queda bajo la guarda legal de Bruce quien no tiene mejor idea que entrenarlo para ser su mano derecha en la lucha contra el crimen y su primera misión es desmantelar la mafia que mató a sus padres. Con 12 años. Esto se vuelve un patrón con los siguientes Robins. Dick Grayson asume una nueva identidad (Nightwing) para escapar de ser Batman, Jason Todd es asesinado por querer ser Batman; Tim Drake se convierte en Batman cuando nunca debió serlo. Damian Wayne es entrenado para ser un asesino por su abuelo (Ra's al Ghul) con una motivación insana para ser el nuevo Batman. En definitiva, conforman una relación enfermiza ya sea por las motivaciones aspiracionales como por el simple hecho de que sean niños, a veces adolescentes, encauzados a encontrarse la muerte todos los días sea por deseo propio (y no contestado o reprochado) o por búsqueda de un “heredero”. No es normal, ni está bien.
En su propia concepción moral, Batman -la respuesta que Bruce Wayne se da a sí mismo respecto de lo que está bien o está mal- concibe una institución como redentora de los males de su mundo (Gotham), el asilo de Arkham. No elige la prisión, ni elige la muerte. Elige un establecimiento repleto de alertas rojas tanto por su administración financiera como por sus recursos humanos para “pausar” su ciclo de absolución. En definitiva, no hay persecución de justicia sino de saciedad. Hugo Strange, Harleen Quinzel, Lyle Bolton, todos personajes ligados laboralmente a esta institución que experimentan con los pacientes. ¿De dónde saca Bruce Wayne que allí se encuentra justicia? Es que no busca justicia. Busca saciedad. Bruce Wayne es un adicto y Batman es su droga.
Estados Unidos es tutor del sistema internacional. Sin ser el hegemón todopoderoso de principios de los 90s es el líder de una coalición de naciones que lo entienden como tal y no lo cuestionan. Este tutelaje tampoco nace o se desarrolla bajo una égida moral. La construcción del poder estadounidense se establece desde un dominio multidimensional: militar, económico, tecnológico y cultural. Y es un poder que Estados Unidos no acepta ser cuestionado por características inherentes a su autopercepción: Estados Unidos se entiende líder; en el mejor de los casos un líder de pares con su “leading from behind” en otros sencillamente como el mejor país del planeta; como custodio de una supremacía axiológica y finalmente casos en los que entienden que Estados Unidos es el mundo. Eso conlleva a que sobre sus tutelados pese un rigor particular, en el que la alianza camufla situación de dominio con ayuda: por caso el desarrollo de la guerra en Ucrania o la subsistencia de la OTAN, un mecanismo que extiende los dominios estadounidenses negando la autonomía estratégica al continente europeo y no hay necesidad de entrar en detalles sobre el menoscabo de las autonomías de actores periféricos.
Estados Unidos también elige su propia institucionalidad cuando utiliza o deja de utilizar las decisiones del Consejo de Seguridad o resoluciones de Asamblea de las Naciones Unidas como guías de comportamiento (algo no exclusivo de los Estados Unidos, claro está), o utiliza como teatro de operaciones instituciones como el BID, el FMI, o la OMC. Todas cuerpos o edificios normativos creados y nacidos bajo el calor del dominio estadounidense. No son instituciones para solucionar conflictos sino para gestionarlas. Es decir, también son ámbitos que conforman una expresión de qué entiende los Estados Unidos como aceptable. Son lo que necesita que sea. Pero ello es propio de la naturaleza competitiva del sistema en el que se desarrolla. No son características sistémicas nacidas con los Estados Unidos sino inherentes al escenario donde las unidades políticas se crean y desarrollan. Persistirán cuando los Estados Unidos no existan más.
La excepcionalidad de los Estados Unidos recae en su imperialismo axiológico. No por su “civilidad” (Roma), no por su bendición divina (Xerxes) o por sus capacidades o sus talentos. Es un sentimiento de superioridad que llega hasta prescindir de un Otro. Y al igual que Bruce Wayne no necesita justicia, los Estados Unidos no necesitan justificación para explicarse para ser y hacer porque entienden que solo responden ante una autoridad moral que ellos mismos ejercen. Como Batman.
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